Freno de mano contra polarización
Pobre Perú. No digo esto por la victoria del comunista Castillo, tampoco por la incertidumbre en el lento y dramático conteo de los votos. Lo afirmo porque, independientemente del ganador, no hay un verdadero proyecto nacional, sino más bien una división profunda resuelta por poco más de 44.000 votos, siendo decisivos en el destino de casi 33 millones de personas.
La polarización política es un fenómeno cada vez más presente en el contexto internacional. Pareciera que cada vez nos alejamos de los puntos posibles de consenso, base importante de una democracia estable. Estar divididos como sociedad, en general, y como país, en particular, no conduce a nada bueno. Una cosa es contar con diferencias, que enriquecen el debate con el fin de obtener conclusiones más provechosas, mientras que otra cosa, muy distinta, es condenar y excluir al prójimo por no pensar como lo impone una ideología, causando cierta enemistad.
Se debe aclarar que evitar polarizar no significa renunciar a la búsqueda de la verdad. No polarizar las discusiones denota establecer las reglas o parámetros bajo los cuales se habla o controvierte. De esta manera, la verdad misma, bajo los parámetros de la ley o la virtud, se busca con acierto y legitimidad, cimentando un discurso racional y libre.
Una argumentación constructiva entre radicales se asemeja a una solución de agua con aceite: es absolutamente inviable. Desde tiempos de Aristóteles, se ha dicho que la virtud, llámese el camino del bien, consiste en el balance o punto medio entre los extremos. Así, por ejemplo, el valiente no tiene la vergüenza para ser llamado cobarde, más posee la suficiente para no considerarse un sinvergüenza. La ruta hacia el avance debe ser consensuada. De lo contrario, carecerá de balance, excluyendo a los que piensan distinto, convirtiéndose en un progreso a medias.
Colombia ha estado, desde los tiempos de la independencia, sufriendo los síntomas de la polarización: empezando con Bolívar o Santander, hilando con los ‘Gaitanistas’ y ‘Laureanistas’ pasando por los magnicidios de Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán, culminando en la, dual, terminología actual: ‘Uribistas’ contra ‘Petristas’. Nos dejamos llevar por idolatrías políticas, sean de un bando u otro, nublando la razón de aquello importante: las ideas y propuestas. De esta manera, se explican casos tan ridículos como el hundimiento de, convenientes, proyectos de ley en aras de reducir el salario de los congresistas, a pesar de que tanto el oficialismo como la oposición estaban de acuerdo. A veces, no interesa el beneficio ni la voluntad de las mayorías por simples celos o afán de protagonismo. La triste historia del desconocimiento del resultado del plebiscito que negó los acuerdos de Santos y Farc es un ejemplo.
La polarización ideológica en Colombia también ha contado con el combustible de los dineros, presión social y dineros del narcotráfico. Lastimosamente, cárteles y grupos guerrilleros han ensuciado campañas o funcionarios bajo la premisa de mantener el caos: dividir para vencer. En su particular ajedrez, polarizar a comunidades se presenta como el jaque ideal para cumplir con su agenda criminal.
Bajo esta ególatra y empantanada coyuntura, en la antesala de una de las elecciones presidenciales más importantes de nuestra historia reciente, no podemos permitir que la intolerancia invada. Debemos aceptar las diferencias dentro del marco democrático, racional y libre. Prestemos atención, al menos esta vez, a las ideas, no a los violentos y corruptos, quienes buscan dividir. No nos dejemos cegar por la polarización y tratemos de desterrar a sus promotores, junto con sus discursos de odio.
El futuro de Colombia es hoy. Construyamos -desde la diversidad, la riqueza cultural, ideología y étnica- un país tolerante. Las próximas elecciones del 2022 podrían ser una oportunidad de poner freno de mano a la polarización.