Analistas 29/07/2023

La buro-cárcel

Martín Pinzón Lemos
Estudiante de Comunicación Social y Periodismo U. de la Sabana

Bukele construyó una prisión para más de 40.000 presos, pero el gobierno del ‘cambio’ no se queda atrás. El ministro de Transporte, William Camargo, ha presentado unas reformas a la movilidad de encierro total y son el equivalente a un cardiólogo impidiendo el flujo de sangre por las venas. En las horas pico no deben circular vehículos, sólo puede transitar el ‘eficiente’ transporte público que le deja perdidas millonarias a las ciudades, porque la gente no quiere pagar por moverse en latas de sardinas.

Otro de los sucesos de los últimos días ha sido la ocurrencia de que únicamente los bancos públicos entregan los subsidios a los millones de colombianos que los necesitan. Colas interminables, por todo el país, aglutinan mujeres con hijos en manos, campesinos y trabajadores. Fueron a buscar lo que, hace unos meses, les era dado puntualmente. ¡Pero ojo! Al menos ya no son los malévolos bancos privados quienes entregan la plata para la supervivencia de muchos. ¡Ahora son burócratas! El único inconveniente son los millones de colombianos haciendo malabarismos financieros para vivir dignamente, porque todavía no llega la plata…

La burocracia representa, como en estos casos, una obstrucción de la libertad. Este gabinete, amparado de satanizar al sector libre, desea atesorar cada servicio en las arcas de la empresa más ineficiente jamás creada por el ser humano: el Estado. Lo intentan con la salud y van incluso por cómo nos movemos. Quieren desterrar al automóvil (lo privado), imponiendo coercitivamente el torpe transporte público. Perdonen la redundancia. Sin embargo, hace falta recordar la añeja ecuación: público = poco útil.

Ni las fantasías de Rico McPato se comparan con la proeza añorada

Petro, en últimas, parece desearlo todo. Ni las fantasías de Rico McPato se comparan con la proeza añorada por los estatistas: adueñarse de todo y todos para sostenernos a todos. Así, explicamos el querer apropiarse de las pensiones privadas, llevarse la salud del mercado y, en última instancia -gracias al ‘doctor’ Camargo- jugar una simulación de Cities: Skylines o SimCity a escala real, mientras la movilidad se entorpece aún más.

Existen varios problemas con este planteamiento. En primer lugar, no tiene en cuenta el principio esencial de la economía: los recursos y bienes son limitados. Es decir, jamás habrá para todos lo mismo ni nuestras necesidades se llenan de la misma forma. Por otro lado, se necesita toda la información de la totalidad de los agentes para saber qué decisiones tomará cada quién de acuerdo con sus preferencias y su pensamiento marginal, otros dos principios económicos.

Soñemos, así sea por un segundo, con estas ficciones hechas realidad. Entonces, lo único ‘restante’ sería un sistema público eficiente, sin corruptelas ni alguna otra innovación, para beneficio del consumidor, que rompa con el sistema ya creado. ¿Ya se dieron cuenta? Es completamente imposible lograr la prosperidad bajo este modelo. El desarrollo sería devorado por el leviatán burócrata, ansioso por mantener su tesoro, el pueblo, secuestrado. Por ende, el escenario residual se asemeja más a la distopía de Orwell que al jardín del Edén.

Las trabas desmedidas, planteadas en los últimos tiempos, son una cárcel de oro. Hay piscinas, fuentes inmensas, habitaciones faraónicas y óleos renacentistas: obras bellísimas, como la retórica embelesadora del político . Sin embargo, al intentar salir a comprar qué comer, los guardias te arrojarán a una sauna de roble, porque, en sus cuentas, ya te han dado suficiente ración y no desean tu obesidad. Estarás con la piel rejuvenecida, ‘sin tensiones’ y letárgico cuando llegue el hambre antes de morir.

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