Analistas 28/04/2023

¿Tenemos sentido?

Martín Pinzón Lemos
Estudiante de Comunicación Social y Periodismo U. de la Sabana

La Semana Santa pasada tuve la oportunidad de compartir con otros jóvenes de todo el mundo en un congreso de juventudes en Roma. El tema fue la felicidad. La charla que dio cierre al evento fue la del profesor de Harvard, Arthur Brooks. Él hablaba acerca de que un elemento clave para alcanzar la eudaimonia era el propósito. Ahora bien, ¿lo tenemos?

El sentido en el posmodernismo actual se difumina cada vez más. Hemos solucionado, al menos técnicamente, el hambre, muchas enfermedades y el clima. ¡El nivel más básico de la pirámide de Maslow está satisfecho! Sin embargo, los suicidios se disparan. La drogadicción capa a sus anchas y los gobiernos atacan a los carteles y condenan el consumo. El alcoholismo y las enfermedades mentales también se han disparado en la época de mayor riqueza en la historia de la humanidad. Entonces, ¿por qué no somos felices? No conocemos nuestro propósito.

El progresismo y otras ideologías se ha encargado de dinamitar las ideas por las que vale la pena vivir bien y morir bien. La sociedad se ha vuelto profundamente secular, egoista, antipatriota y ha transformado la intimidad en un colectivismo llevado a la política. Dios, la nación (no el Estado) y la familia son ideales anticuados. Ahora el colectivismo intenta dominar la cama como política pública, luego de que el individualismo lo vapuleara en la batalla de los nobles ideales en 1991. La capitalización política del género, la raza y la orientación sexual han creado una indefinición tal que muchos no saben quién o, incluso, qué son.

¿Acaso es posible encontrar un propósito si no sé quién soy? No. Ya no nos reconocemos como hermanos colombianos, ni como conservadores, liberales o comunistas, sino que nos identificamos -en mi caso, por ejemplo- como un hombre mestizo heterosexual. La identidad ha pasado al eje, pero no como pilar fundamental del cuál construir. Más bien, se la cuestiona permanentemente, desconociendo su naturaleza biológica, racional, trascendente y priorizando la emoción y lo sensorial para justificar castraciones, cambios de sexo y hasta validar la pedofilia.

Dicho esto, si hay una indefinición a nivel personal, ¿cómo vamos a connotar un país? La identidad colectiva trae consigo, entre muchas cosas, un sistema de valores, principios y virtudes que no se tienen cuando no hay siquiera una esencia personal. Por enumerar un caso, durante más de cincuenta años la sociedad colombiana tenía clara la lucha armada y activa contra las guerrillas y el terrorismo. Hoy se piensa conciliar con todo el mundo en la ‘Paz Total’ de Gustavo Petro. Antes, la sociedad coincidía en batallar contra las drogas, el narcotráfico, mientras que, en la actualidad, existe una polarización evidente respecto a la agenda política nacional.

¿Colombia tiene norte? Sí, pero no es claro. Al no tener un propósito claro, el éxito no se puede comprobar. ¿Cómo medir la eficacia de un plan cuando no está clara la esencia del mismo? Es imposible. No hay un proyecto país claro. Cada cuatro años se cambia y no hay continuidad. Por eso, cada tanto, hay reformas ‘estructurales’ que buscan revolcar al país. Esto no permite el avance. Más bien, torpedea el asentamiento de las políticas aplicadas.

Esos cambios ‘fundamentales’ son equivalentes a si se cambiaran los cimientos de un edificio una y otra vez. ¿Cuándo se podría seguir construyendo? Tendremos que esperar hasta que la base se asiente. Ahora bien, si los cimientos no tienen cemento, ¿qué pasa? Un país sin brújula clara se cae.

La solución radica en encontrar un sentido para la vida. Los grandes ideales como la trascendencia, la familia y la nación pueden ser brújula y guía a un autentico propósito. De esta manera, ya habrá metas, objetivos e ilusiones claras para esbozar proyectos coherentes en todas las facetas. Una vez la vida recobre sentido, la felicidad estará asegurada.

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