Turquía potencia: la deriva megalómana de Erdogan
En las últimas dos décadas, Turquía emprendió un camino que la aleja de su tradicional papel como firme aliado de Occidente y miembro clave de la OTAN. Bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan, se consolida como un nuevo polo de poder propio. Este ambicioso proyecto está marcado por su creciente independencia estratégica, especialmente en la defensa, y sus acciones tanto dentro como fuera de sus fronteras revelan un deseo profundo de revivir el espíritu del Imperio Otomano.
Erdogan, al frente del país desde 2003, utilizó su poder político para moldear la dirección de Turquía. Inicialmente la fortaleció dentro de la alianza con Occidente, pero luego volcó sus esfuerzos hacia una neutralidad que, en realidad, sirve para favorecer sus propios intereses.
Un claro ejemplo de esta evolución es la compra de sistemas de defensa rusos S-400, que marcó un punto de inflexión en la relación con sus aliados tradicionales. Este movimiento, en pleno contexto de tensiones en Siria, fue visto como una traición dentro de la OTAN, poniendo en duda la lealtad turca hacia la alianza y llevando a la expulsión del país del programa de desarrollo de cazas F-35.
Sin embargo, esta no fue la única jugada de Erdogan. A medida que la guerra en Ucrania generaba nuevas dinámicas globales, Turquía adoptó una postura de mediador neutral, utilizando sus relaciones tanto con Rusia como con Occidente para sacar provecho económico. En particular, los bancos y la industria turca encontraron en las sanciones a Rusia una oportunidad para incrementar su influencia, lo que generó nuevas tensiones con Estados Unidos y la Unión Europea
El proyecto de Erdogan es grandilocuente. Turquía se desvía de la órbita occidental y busca posicionarse como el centro de un nuevo bloque. Este bloque, inspirado en los días gloriosos del Imperio Otomano, tiene ambiciones en el mundo islámico. La industria de defensa turca desempeñó un papel central en este proceso, exportando armas a países como Pakistán, Malasia y Arabia Saudita. Los drones Bayraktar TB2, por ejemplo, demostraron ser una herramienta efectiva y asequible para pequeños ejércitos, y ganaron un lugar importante en conflictos como los de Azerbaiyán y Ucrania
A pesar de las dificultades internas, como la reciente pérdida de elecciones locales por el partido de Erdogan, y las limitaciones obvias de Turquía en términos de población y educación para competir con potencias globales como China, Estados Unidos o India, Erdogan no se detiene. Turquía tiene ciertos elementos a su favor: una industria militar creciente, una posición geopolítica estratégica y una visión de futuro que insiste en que el país puede volver a ser el epicentro del poder en el mundo musulmán.
Uno de los puntos más intrigantes de esta estrategia es la búsqueda de influencia en el Ártico, un territorio hasta ahora lejano a los intereses tradicionales de Turquía. Sin embargo, Erdogan mostró interés en el potencial económico y estratégico de esta región, lo que evidencia su deseo de ampliar la presencia turca en todos los escenarios posibles.
En resumen, Turquía bajo Erdogan está en un viaje ambicioso y arriesgado hacia la creación de un nuevo polo de poder. Este sueño otomano renovado, que combina elementos islámicos con una industria militar en crecimiento, choca con las realidades internas y externas del país. A pesar de sus aspiraciones, Turquía enfrenta limitaciones significativas, tanto demográficas como educativas, que la alejan de convertirse en un verdadero competidor de las grandes potencias. Pero en este proceso, Erdogan posiciona a Turquía como un jugador clave en el mundo islámico, y aunque su proyecto puede parecer grandilocuente, no se puede subestimar el impacto de su política en el futuro de la región y el mundo.
Las cosas como son.