En 2002, cuando el Real Madrid celebraba el centenario, se realizó un partido amistoso en el que participaron figuras consagradas. Jorge Valdano, entonces director deportivo del club, también invitó a Kaká, una joven promesa que en pocos minutos demostró la calidad que, en 2007, lo llevó a ganar el Balón de Oro.
Impresionado, Valdano propuso su fichaje al presidente del club. “Kaká es un jugador que ahora vale 12 millones, pero dentro de cuatro años nos costará 60”, le dijo a Florentino Pérez, un exitoso constructor que mediante una operación inmobiliaria, en 2001, rescató al Madrid de una quiebra inminente y lo convirtió en una multinacional gracias a millonarias contrataciones. La respuesta de Pérez fue: “No te preocupes, Jorge. Vamos a esperar que valga 60”.
Pese a los recientes éxitos deportivos (3 Champions seguidas entre 2015 y 2017 y 5 durante sus 18 años de mandato), Florentino Pérez no ha podido repetir la fórmula que le permitió fichar galácticos (Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham), pues ahora compite contra clubes-estado como el PSG (Catar) y el Manchester City (Emiratos Árabes), y equipos de la Premier controlados por millonarios como Román Abramóvich (Chelsea), Daniel Levy (Tottenham) o la familia Glazer (United), entre otros.
A ello hay que añadir el impacto de la pandemia. En una movida que recuerda el ‘pelotazo’ inmobiliario de 2001, Pérez ideó y lideró la creación de la Superliga. El ‘pelotazo’ consistió en la venta de la vieja ciudad deportiva del Paseo de la Castellana y su traslado a Valdebebas, lo que le generó una utilidad de 480 millones de euros al Madrid. Con la Superliga, Pérez buscaba “salvar el fútbol”.
“Los doce equipos de la Superliga perdimos 650 millones de euros en solo tres meses del 2020”, dijo Pérez. “Este año, con la temporada completa en pandemia, entre 2.000 y 2.500 millones. O hacemos algo pronto o quebrarán muchos clubes”.
Aunque solo duró 48 horas, la Superliga generó un cisma en Europa. Protestaron los hinchas, los técnicos y los jugadores; las ligas vieron que el torneo las devaluaba; los clubes alemanes dijeron no; la Uefa amenazó con sanciones y la Fifa mostró sus dientes.
Apalancados en un crédito de 3.500 millones de euros de JP Morgan, los 12 miembros del exclusivo club, al cual se sumarían tres fundadores más y otros cinco por invitación, tendrían más recursos para equilibrar sus finanzas y seguir inflando la burbuja del fútbol.
“Sacrificaremos la Champions para que los futbolistas tengan siete Lamborghinis en vez de cuatro”, ironizó un columnista. “La Superliga saca a la luz los vicios del fútbol”.
Un fútbol que, a pesar de estar supuestamente quebrado, cuenta con los trabajadores mejor remunerados del mundo y les ha permitido a los grandes clubes multiplicar su presupuesto por varios dígitos, acentuando la división entre los más ricos y los demás.
Por eso, en esta “guerra” de poderes solo sale perdiendo el fútbol, pues a un lado están unas organizaciones poco transparentes (Uefa y Fifa) y al otro quienes no han entendido que, más que seguir inflando los presupuestos, la solución es controlar los gastos y aplicar el “fair play” financiero. Y que seguir llenando los calendarios con más partidos, así sean entre los clubes más grandes, devaluará más el espectáculo.