Son las seis de la mañana y espero sentada dentro de un avión a que la niebla densa que duerme sobre la pista se disipe para dar paso y abrir el día. Hoy despierto con la idea en la cabeza de que el mundo se ralentiza. Vivimos un presente de extremos opuestos que generan una gran tensión. Altas temperaturas que son inusuales y otras bajo cero que desafían ciudades y poblaciones enteras.
Incendios feroces y nevadas interminables. Y en el medio la humanidad confundida o tal vez ausente que no parece entender nada de lo que sucede. Ya nos han hablado demasiado de términos como crisis climática, cambio climático y demás pero estos desafíos son poco o nada abarcables para los ciudadanos del común que en la mayoría de los casos no se ven parte del problema. Tan sólo en algunos asoma el sentimiento de ansiedad o impotencia por las noticias recientes que confirman el aumento en la temperatura global y sus ya evidentes consecuencias. En Colombia se han registrado las temperaturas más altas en algunas regiones del país alcanzando hasta los 41 grados y los incendios no cesan en diferentes regiones.
A pesar de esta compleja y preocupante realidad parecemos estar acostumbrados a que los desastres intempestivos sucedan. Es como si nos cubriera una cierta capa de indiferencia o desinterés que hace que sigamos con normalidad nuestras vidas. Pienso también que en los líderes recae también una gran responsabilidad. Las escuelas de negocios han demostrado ser muy buenas en formar habilidades gerenciales y administrativas para lograr objetivos financieros, adaptarse al entorno digital, emprender y llevar a las organizaciones a sortear desafíos del mercado.
Sin embargo falta bastante para que el foco sea en entender la interdependencia de todos los seres vivos que habitan el planeta y la responsabilidad que nos cabe por construir desde la visión de las organizaciones un compromiso con la sostenibilidad futura. Desde luego esto implica un ejercicio de autorreflexión profundo en donde tengamos la capacidad de ver y asumir lo que estamos haciendo mal y que hacen daño al planeta. Así como de encontrar nuevas maneras de hacer las cosas.
Creería que precisamente allí está el problema, a veces podemos creernos mejores de lo que somos. Hay una brecha entre nuestros resultados y la capacidad que tenemos para asegurar que estos no se den a costa de la sostenibilidad. Y entre tanto todos estos sucesos ambientales aparecen ante nuestros ojos sin que reaccionemos con el interés y la agilidad necesarias. Animales silvestres que salen a la ciudad para escapar de los incendios, heladas que queman cultivos, condiciones meteorológicas extremas, cementerios de frailejones calcinados.
Es como una película en cámara lenta que ante nuestros ojos parece no tener afán de un desenlace pero que está enviando mensajes contundentes sobre el posible resultado. Allí descubrimos también nuestra ignorancia y eso es algo difícil de asimilar. Hemos crecido en generaciones acostumbradas a la abundancia en términos de recursos naturales y ahora estamos ad portas de un colapso que ya tiene impacto en muchos países y en muchos los sistemas.
Me pregunto qué tantos acontecimientos cotidianos necesitamos para despertar. Ayer mi hijo me pregunta si puede asistir a una actividad en el centro de Bogotá y yo viendo las noticias asumo que no que la calidad del aire en la ciudad no será saludable. Hoy despierto ante la feroz niebla espesa de una helada que no quiere ceder. La semana pasada en mi casa sentía un calor desbordante como si viviera en la costa. Cuánto desequilibrio es necesario para que decidamos buscar el centro. Cuántos foros de Davos y cumbres climáticas tendrán que pasar para que desde todos los lugares y estamentos del planeta podamos encontrar soluciones veraces y asumir compromisos reales. La visión en cámara lenta en la que ante nuestros ojos parecen suceder las cosas a un ritmo que no incita nuestras acciones es nociva.
Vuelo al concepto del mundo se ralentiza, se desacelera el ritmo natural de la vida y llega el declive. Todo se nubla como esta pista de aeropuerto que no deja divisar un camino, una ruta. Aún aquí en el avión detenido me pregunto qué más necesitamos para actuar, para percibir la realidad con más claridad y exactitud y para hacer algo al respecto. Debemos empezar por aceptar lo que estamos haciendo mal y cambiar uno a uno nuestros hábitos insostenibles. Necesitamos de parte de los líderes un acto de contricción profundo y resolución para cambiar la dirección en la que vamos por una más sostenible y humana.