Analistas

El mundo está loco

Natalia Zuleta

Escribo esto en medio de un sentimiento de abrumante después de unas vacaciones en las que me prometí hacer de la naturaleza el narrador principal de mis días. No saben el descanso que se siente en la mente y el corazón al enfocar nuestras energías en las grandiosas que nos rodean y que muchas veces son gratis: un amanecer sin afanes, un entorno natural desconocido, un atardecer en paz. Debo confesar que el aterrizaje ha sido turbulento. Como practicante y profesora de mindfulness, he aprendido que el estar en el momento presente requiere de una buena dosis de conciencia además de voluntad para no dejarnos distraer de lo que verdaderamente importa en nuestra vida y así cultivar las cualidades espirituales en nuestro corazón para ser mejores seres humanos cada día. Todo lo que hacemos en pro del amor y del cuidado hacía todo lo que nos rodea volverá a nosotros mil veces más esta es la ley del dharma y el karma.

Me tropecé al llegar de vacaciones al ver todas las noticias. En menos de una hora escuché sobre la escalada del conflicto Israel-Hamás, los problemas en las elecciones de Venezuela y la corrupción en Colombia. Curiosamente estas noticias eran alternadas con otras menos trascendentales pero con relevancia mediática: en el marco de los juegos olímpicos de París, el efusivo beso de la ministra francesa al presidente Macron y la puesta en escena inspirada en la última cena el día de la inauguración de este evento que ofendió a los católicos alrededor del mundo. Y con estas noticias opiniones y juicios amplificados por el contenido de redes sociales. La sensación de desasosiego me hizo reflexionar sobre la fragilidad emocional y espiritual que como seres humanos nos habita. Esta afecta la forma como vemos y enfrentamos los desafíos. Estamos ansiosos de desfogar nuestros miedos y ansiedades y encontramos en todo lo que sucede a nuestro alrededor el embudo para verter nuestra ira y dolor.

Yo digo que estamos locos, es muy grave lo que sucede en el mundo. Las guerras que son incesantes y cada vez se desatan con más furia, los hechos banales que convertimos en grandes fanfarrias y discusiones acaloradas y hasta pintorescas. Pero tan grave como los hechos es nuestra visión de ellos, nuestras posiciones polarizadas y los sentimientos incontrolables que en muchas ocasiones echan más leña al fuego. Creamos grandes bolas de nieve y les damos vueltas por días en raciocinios, juicios y expresivas opiniones que en muchos casos no contribuyen a alivianar el caos en el que vivimos. Tal vez esto ocurre porque también libramos silenciosas batallas en nuestro interior que se encienden a partir de la frustración, el miedo y diría que hasta la imposibilidad de amar.

Me pregunto ¿qué pasaría si pudiéramos liberarnos de todas esas guerras interiores? Creo que tal vez el mundo sería otro lugar, porque el cambio de rumbo de una humanidad confundida y estancada no lo lograrán los gobernantes. El cambio colectivo para construir un mundo mejor depende sólo del cambio individual. Como dice un proverbio japonés: individualmente somos una gota y juntos somos un océano. La transformación necesaria implica un cambio en nuestra forma de habitar el planeta, un cambio de perspectiva y al mismo tiempo un cambio espiritual en la forma como entendemos y gestionamos nuestros pensamientos y emociones. No se trata de teoría o de intelectualidad, estamos en un momento histórico en el que se han agotado las respuestas. Las preguntas que hagamos serán definitivas para el futuro. Es increíble ver como se han despertado odios históricos que se pensaban trascendidos, cómo dedicamos tiempo a analizar un beso de dos personas cuando en el mundo hay pobreza, hambre y muerte.

Nos convertimos en agentes multiplicadores de la violencia, opinando y posteando, de tal forma que podemos exacerbar los conflictos. Nos cabe algo de responsabilidad en lo que se hace viral sobre Venezuela, Israel y la franja de Gaza. Antes de opinar debemos pensar las cosas y descubrir cómo podemos contribuir a construir un mundo en donde exista mayor entendimiento y amor. No me pronuncio a favor ni en contra de todo lo horrible que ha pasado la última semana. No opino de un beso banal y no me interesa convertirlo en tema del día. Espero, me miro y en silencio pienso que si no cambiamos nuestra mente no cambiaremos jamás nuestras vidas. Actúo en silencio por hacer de mi entorno un lugar mejor, espero sea igual de contagioso que las malas noticias y que la locura colectiva que nos persigue.

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