El país de lo imposible
jueves, 26 de septiembre de 2024
Natalia Zuleta
Escribo esta columna desde varios lugares, de colombiana frustrada, educadora impotente y madre indignada. Y la comparto porque definitivamente Colombia es el país de lo imposible, donde suceden cosas que en otras latitudes del planeta jamás sucederán. Después del traumático paro de camioneros que pausó nuestras vidas por varios días y nos llenó de angustia e incertidumbre, un día cualquiera se da una réplica de este maligno fulgor en donde pagan justos por pecadores.
En la mañana de este miércoles la vía que comunica a la autopista Norte con el sector de Guaymaral fue boqueada por trabajadores de una constructora que desarrolla un megaproyecto, reclamando el pago de sus salarios. Dicho bloqueo afectó durante más de tres horas a cientos de niños entre los 4 y 17 años de edad que se disponían a asistir a sus colegios como un día normal. Además de una gran población entre familias y trabajadores que se movilizan en esta zona.
Debo confesar que el sentimiento de impotencia que me embarga es enorme y creo que reúne el sentir de todos estos niños que salieron de sus casas desde las 6 de la mañana con la ilusión de tener un día feliz en el colegio. Hago énfasis en esto pues lo que más me cuestiona es cómo estamos operando como sociedad. El tema de lo insostenible no tiene que ver sólo con lo ambiental, en el espectro social, la sostenibilidad plantea una responsabilidad con el otro basada en la interdependencia de todos los seres humanos.
Ahora bien los recientes hechos como el paro y esta réplica no sólo son preocupantes por sus efectos sino por el mensaje que se envía a la sociedad con respecto a la forma de solucionar los problemas. Grave muy grave también que haya una difusa línea entre las libertades individuales y los derechos fundamentales. Esta falta de claridad y de autoridad que debe permitir una sana y respetuosa convivencia se desdibuja cada día más entre la ira, la impertinencia y el egoísmo de quienes reclaman por sus derechos de forma equivocada. Es urgente y necesario replantear conductas e imaginarios con respecto a los siguientes conceptos:
-Cultura ciudadana: ¿sí existe? ¿qué entendemos por ella? pues nada más la palabra cultura implica un colectivo que tiene unos valores y características comunes que se honran. En ese sentido la definición de la alcaldía de Bogotá se queda corta pues sólo considera estos cuatro elementos: aprendizaje constante, transformación narrativa, trabajo en red y capacidad de agencia. Me pregunto dónde quedan el compromiso, la creatividad y la corresponsabilidad como poderosas herramientas de convivencia.
-Empatía: esa cualidad de la mente y el corazón que nos permite conectar con los sentimientos y situaciones de los demás. Una cualidad casi inexistente en donde las relaciones personales están mediadas por las redes sociales y no existe presencia ni contacto ni tampoco obligación moral. Puedo insultar, bloquear y desbloquear a mi antojo.
-Orden: el sentido de orden como un conjunto de ideales comunes para la convivencia soportadas por leyes, políticas, procedimientos y entidades que aseguren su cumplimiento, En este país el derecho a la protestas pasa por encima de los derechos fundamentales de muchas comunidades, personas y en reiterados casos de nuestros niños.
-Derechos fundamentales: existe poco entendimiento y compromiso con estos en la sociedad. Muchas veces son palabras constitucionales que no encuentran aplicabilidad ni lugar en una sociedad cegada por la ira, la injusticia y muchas veces el odio. La falta de conciencia de lo que somos y lo que debemos honrar y respetar como sociedad.
Escribo con esta sensación de profunda desazón, de sorpresa frente a estos hechos y al llamado “paro” como solución supuestamente legítima de los conflictos. En una suerte de historia repetitiva en la que pagamos justos por pecadores. Escribo esto en el momento en el que aún están llegando estudiantes al colegio después de pasar cuatro horas en un bus porque unos trabajadores contratados por una constructora no han recibido el paro de sus salarios. Familias ansiosas por el bienestar de sus hijos, trabajadores disgustados que llegan a sus lugares y educadores impotentes por el trauma a sus estudiantes y por profundos cuestionamientos con respecto a la forma como estamos educando a las generaciones del futuro para ser justos, solidarios, empáticos y buenos ciudadanos. Me duele este país, me duelen nuestros niños.