Analistas 21/09/2023

Historia clínica

Natalia Zuleta
Escritora y speaker

Enfermarse no es una experiencia grata para nadie, todos queremos tener una buena salud y sanar pronto nuestros dolores. Lo difícil es entender el proceso que debemos experimentar para sacar lo mejor de esta experiencia. A nivel espiritual la enfermedad es un mensaje del universo de que algo no está bien en nuestra vida no sólo a nivel biológico sino emocional.

Somos energía y los bloqueos energéticos que surgen de emociones y pensamientos no procesados se concentran en nuestros órganos manifestándose biológicamente. Es por eso por lo que diría que la enfermedad es una oportunidad de reflexión y de cambio. Es un llamado a estar más atentos a lo que sucede en nuestra vida para tomar las decisiones que nos lleven a estar en un estado de flujo y conexión con nuestro propósito superior. Esa es mi visión espiritual y optimista del proceso.

Sin embargo, lo que me llama a escribir hoy es mi experiencia reciente con la enfermedad, que siento es reflejo de lo que le pasa a muchas personas en diferentes latitudes del país cuando se ven enfrentados a solicitar los servicios de salud públicos y privados. Llamaría a también a este relato, “Historia de una hospitalización”, pues en ella es evidente también la crisis en el sistema de salud en Colombia y la de la medicina en general alrededor del mundo. Asistimos a lo que podría denominarse la deshumanización y monetización de la medicina.

Todo inicia con un dolor intenso que me indica que debo buscar ayuda de un especialista en la madrugada de un día cualquiera. Después la llegada a urgencias para una interminable espera hasta el ingreso a un túnel de incertidumbre en el que al final es revelado un primer diagnóstico. Mucho tiempo tendría que pasar para ver a un médico de turno que de manera superficial hace una anamnesis y decide que debo permanecer para recibir líquidos y hacer estudios.

En esta primera etapa de mi historia ya han transcurrido siete horas de dolor hasta decidir que merezco ser hospitalizada. Es increíble cómo el dolor cambia nuestra percepción del tiempo y de la vida. Ese primer encuentro se resume en un rápido y ágil escaneo físico y orgánico que desconoce todo antecedente emocional. Pareciera como si fuéramos robots en proceso de reparación en forma lineal.

Es allí en esos momentos de indefensión e incertidumbre en los que se cruza de todo por mi mente. Cuando estamos enfermos nuestra capacidad para imaginar un diagnóstico pesimista es asombrosa. Una vez hospitalizada tardo más de 24 horas en ver a un médico internista quien con una actitud tosca y poco empática me confirma un diagnóstico y un posible tratamiento.

Su discurso técnico es incomprensible, me doy cuenta de lo ignorantes que somos con respecto al entendimiento de la biología de nuestro cuerpo. Eso aumenta mi sensación de indefensión e impotencia. Vivo el ciclo de toma de signos vitales, comida que es deplorable, siesta intermitente y de nuevo durante las 24 horas de los días siguientes lo mismo. Después de cinco días hospitalizada en los que además viví el temblor en completa soledad en mi habitación pues las enfermeras no parecían tener claro un protocolo para esta situación, me dan salida.

Dicha salida tarda más de cinco horas por esperar una autorización vía email en una era de automatización digital en donde todo debe estar en el sistema. Antes de partir reviso una vez más el panfleto que está en todas partes en donde se declaran los derechos del paciente.

Entonces me doy cuento de cuantos de esos enunciados fueron incumplidos durante mi proceso. En resumen: recibir un trato respetuoso, recibir una segunda opinión, recibir apoyo espiritual o moral, una comunicación clara y conocer mi historia clínica.

Confirmo, sí existe una crisis profunda y muy arraigada que tiene sus raíces en la deshumanización de una ciencia que es de lo más humano. En ponerle precio a la vida y a la atención digna de las personas. En gobiernos indolentes que permiten que los sistemas de salud sean insostenibles y corruptos. Yo en medio de todo conté con suerte, pero el sistema está destinado a fracasar y al costo de los pacientes más vulnerables. Las EPS colapsan, los pacientes nos sentimos indefensos e impotentes, los hospitales no dan a basto. Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

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