Los momentos de crisis y turbulencias son oportunidades para hacer reflexiones en torno a nuestra humanidad como valor. Como esa cualidad que implica una profunda conexión con la vida y con todo lo que nos rodea, la capacidad de comprendernos a nosotros mismos y a los otros y ser solidarios.
La salida de la pandemia prometía el regreso a una especie de calma y normalidad y sin embargo ha significado todo lo contrario. Saltar de un confinamiento y deprivación a una guerra parecería una locura, pero es la realidad a la que estamos despertando. La mirada hacia el futuro debería en este momento estar centrada en preguntas poderosas que nos permitan dilucidar un avance hacía la trascendencia y el progreso en un marco sostenible que se enfoque en la generación de riqueza en los tres ejes económico, social y ambiental.
Sin embargo, considero que esto no será posible sin un cuarto eje que sea transversal a estos aspectos: la espiritualidad. Y esta vista no cómo una creencia particular o religiosa, ni un catalizador de amplios debates sobre el deber ser, sino más bien como un flujo en el que como seres humanos nos comprometemos con la reflexión-acción- transformación personal para irradiar hacia afuera en nuestros entornos familiares y empresariales. El rescate de las cualidades más humanas nos pondrá en un mejor lugar para mirar con lentes más sabios los desafíos que prometen ser cada vez más complejos.
En el caso de Colombia un período electoral que plantea escenarios decisivos y a nivel mundial la defensa de los derechos humanos y la soberanía de los países, así como el rescate de una economía golpeada por una frenada en seco de dos años. Mi pregunta en este contexto es, ¿Qué pasaría si el liderazgo se sustentara cada vez más en la espiritualidad?
Esta pregunta vino a mi cabeza después de asistir al encuentro de familias empresarias del Family Business Network, capítulo Colombia, realizado en Cartagena durante la semana pasada. Este tipo de escenarios son poderosos lugares de reflexión para la transformación. Compartir experiencias e historias de grandes y pequeñas empresas familiares que construyen con su misión y visión un país mas pujante y solidario es sin duda un alimento espiritual. Y es allí en donde surge esta reflexión, el mundo necesita más líderes conectados con su propósito.
En una era en la que el conocimiento técnico y profesional está al alcance de la mano lo que hará la diferencia es lo que queramos y estemos dispuestos a hacer con nuestro know how. En el caso de los empresarios colombianos puedo decir después de compartir profundas reflexiones en los días del evento que lo que nos une más de lo que nos separa. Y esto se representa en una serie de cualidades que no provienen de las escuelas de negocios sino del espíritu: el estar presentes, hablar y escuchar, el preservar legados valiosos que unidos a un propósito de vida generar riqueza para el país. Y no hablo sólo de riqueza material sino de abundancia de valores que generan cohesión en diferentes comunidades.
Esto revela el compromiso espiritual que debemos asumir con ser mejores seres humanos para ser mejores líderes y en ese camino existe un constante flujo de revisar creencias limitantes, conectarnos con el corazón para regresar a nuestro propósito, cultivar la compasión y el amor y actuar con certeza y determinación. Ese sería el flujo espiritual del líder que se transforma e inspira a los demás a conectar con su mejor versión. Es una gestión que impacta positivamente en lo personal para generar transformaciones en los negocios. Se requiere de compromiso para encontrar ese camino espiritual del liderazgo, pero también constancia. Roberto Junguito, uno de los líderes empresariales más importantes del país lo menciona en palabras sencillas pero sabias cuando habla sobre las cualidades de un líder.