La voz del miedo
viernes, 7 de noviembre de 2025
Natalia Zuleta
Hay una voz interior que me visita con frecuencia y se queda deambulando en mi mente como un amigo perdido que quiere re iniciar una conversación. Es esa voz que habla al oído para recordarnos todo lo que puede salir mal, un recordatorio indeseado de nuestra fragilidad que aún trato de entender. Me habla sobre todo en los momentos en los que siento ansiedad por lo desconocido o cuando no tengo el control de algo que me inquieta.
Estoy segura que ustedes también han escuchado al miedo susurrando en diversos instantes de su vida. La naturaleza de esta voz es un enigma pues tiene rasgos de sabotaje mezclados con algo de instinto de supervivencia. A veces nos complica la existencia, otras nos devuelve los pies a la tierra.
La voz del miedo es mi compañera de viajes, siempre se sienta en el asiento de al lado en los aviones, me escolta en una primera cita, me saluda cuando empiezo a escribir cualquier artículo ante una página en blanco y me empuja al escenario antes de hablar en público. Se que está conmigo cuando se me acelera el corazón, empiezo a sudar intempestivamente o siento ese hueco en el estómago que me hace caer al vacío. Hoy decidí invitarla a esta columna, sentarla conmigo a dialogar en un café en la avenida Insurgentes en Ciudad de México.
Qué ejercicio tan interesante en una era en la que el miedo tiene mil rostros y se ha convertido de una herramienta manipulación: la política, las religiones y hasta la educación la usan para dominar y dividir. También se ha infiltrado en las relaciones humanas. A veces me pregunto qué tanto de miedo nos pertenece y que tanto reflejo de este mundo convulsionado. En Colombia, por ejemplo, más de 60% de las personas cree que el país va por mal camino y más de la mitad confiesa que se iría por miedo a una crisis económica. Un 66% ha vivido algún problema de salud mental. Somos una sociedad que respira miedo.
Sentada con mi capuchino de almendras confronto a esa voz con la pregunta esencial de cualquier visita inesperada, ¿qué haces aquí? La pausa es ambigua y la respuesta tarda pues una de las trampas del miedo es camuflarse contigo, fundirse con tu voz, colarse por tus huesos y robar tu identidad. En el silencio que divide la pregunta de la esperada respuesta me doy cuenta de que la naturaleza del miedo es inconstante y etérea, se cuela en cualquier espacio y desaparece con innegable habilidad.
Respiro, aplico la atención plena y el silencio se rompe con la respuesta: estoy aquí para que sepas quién eres verdaderamente. Soy la prueba a sobrepasar, el recurso superior de crecimiento, el contraste de la posibilidad. En ese todo cobra sentido: el miedo divide y unifica, frena y empuja, destruye y revela. Movida por la curiosidad hice una encuesta sobre a qué le tienen miedo las personas y la respuesta fue un unísono: tememos a lo inevitable-la muerte, la vejez, la enfermedad, la soledad, el daño a los hijos-y también a lo incierto-perder el trabajo, no ser suficientes, olvidar quiénes somos-. El miedo es de barrera invisible entre lo que deseamos y lo que podemos controlar.
Cuando descubrimos que compartimos los mismos temores, su poder disminuye. No hablo aquí del miedo colectivo que domina en nuestras calles, donde cuatro de cada diez colombianos confiesan temer ser víctimas de un delito, sino de los miedos íntimos, los que se instalan en la piel y acompañan toda la vida. Hablar con ellos, darles voz y escucharlos, nos permite comprender partes de nosotros que necesitamos trabajar.
Mi miedo me confesó esa tarde que mi necesidad de control alimenta la ansiedad, que mi temor a volar nace de la desconfianza y que el horror que me produce la muerte es mi mayor obstáculo para vivir y experimentar el presente. Ahora les pregunto: ¿qué les diría el miedo si lo invitaran a hablar?