Las mujeres no estamos solas
martes, 21 de octubre de 2025
Natalia Zuleta
Un día en el que aterrizo en mi cama con un cansancio emocional. El trabajo espiritual trae consigo la confrontación con emociones que hay que escuchar y renuncias que debemos hacer para evolucionar. Tarde o temprano nos llega el llamado. Creo que a las mujeres la vida suele confrontarnos en la madurez, aunque para algunas las pruebas de la maestría en vida llegan antes. Sin embargo, al dejarme caer en este cansancio y en silencio, me siento acompañada. Existe entre las mujeres una fuerza colectiva que nos une: ese hilo invisible sostenido en cualidades que nos pertenecen, como la intuición, la compasión y la empatía. Entonces, en ese diálogo con mis miedos y en esa danza con la ansiedad, hay algo que me sostiene: una especie de hermandad. A las mujeres nos caracteriza una resiliencia individual que es diferente para cada una, una huella dactilar compuesta por la valentía, la capacidad creadora y ese deseo innato de cuidar y defender la vida. Esa impronta inspira historias que nos conectan con fuerza y propósito. Es como si se moviera entre todas una poderosa energía que enlaza y amplifica un poderío desde lo femenino. Cuando leo en redes sobre mujeres que ayudan a otras, que vencen obstáculos y se levantan por encima de las críticas, puedo sentir ese unísono femenino como una impresionante fuerza colectiva que acompaña, así sea en la distancia.
Los encuentros con historias de mujeres inspiradoras nos hablan del fracaso como punto de partida, del dolor como lugar de crecimiento y maestría espiritual, y de las caídas como oportunidad para sanar. Existe una especie de hermandad en nuestros relatos, aunque habitemos diferentes latitudes. Y es en los momentos en que dudo de mí misma, cuando me miro al espejo, que aparece esa fuerza femenina que se nutre de otras. No me siento sola: me siento acompañada por un colectivo de mujeres cabeza de familia que construyen sociedad desde el ejemplo; por madres que pierden a sus hijos y encuentran propósito en su pérdida ayudando a otros; por ejecutivas que enfrentan batallas por la equidad de género; por mujeres jóvenes que vencen enfermedades terminales para renacer y reencontrar un sentido.
Cuando encuentro en esas historias el eco de mis propias luchas, siento en el corazón la certeza y la esperanza de que estamos acompañadas. Más allá de este tejido invisible que nos une, tenemos tareas fundamentales para nuestra evolución y para la transformación del mundo: sanarnos y ayudar a otros a sanar, abrir caminos para otras, romper con traumas generacionales heredados y traer esperanza y propósito a quienes nos rodean.
Y tal vez eso sea lo que hoy necesitaba recordar: que ninguna está sola en este viaje. Que cada paso dado en silencio, cada decisión tomada desde el coraje, cada lágrima contenida o liberada, compone la narrativa de nuestros sueños. Y es precisamente en los momentos en que nos sentimos vulnerables, cuando al pausar y entablar un diálogo con nuestras emociones podemos sentir la cadencia de nuestros miedos, que se asienta en la fuerza de nuestros corazones. Mujeres, las escucho, las siento y las abrazo. No estamos solas. Se vale sentir ansiedad, indecisión, culpa, temor, remordimiento, porque es allí, en las emociones, donde más nos encontramos. La próxima vez que llores en silencio, que sientas el cansancio o que quieras renunciar o dar un salto cuántico, recuerda que en eso estamos todas.