Vivimos un escenario propicio para profundas reflexiones. El mundo nos ha mostrado de diversas maneras la necesidad latente de hacer cambios en la forma de habitar la tierra, de pensarnos como especie y de mirarnos con un lente más claro. Y lo sabemos, existe una acentuada crisis climática que no es más que un síntoma de muchos otros desafíos que nos aguardan en el futuro inmediato. El reciente informe del Ipcc, panel de expertos en cambio climático, nos revela una innegable realidad: hemos alcanzado el tope de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera lo que nos lleva a experimentar fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor e intensas tormentas.
Adicionalmente la meta de mantener el aumento de temperatura en la próxima décadas entre 1,5 y 2 grados Celsius parece inalcanzable a menos de que se adopten medidas drásticas para el control y disminución de las emisiones. Así mismo se afirma que existen ya consecuencias irreversibles como el aumento en el nivel de los océanos y la disminución de las capas de hielo de los polos.
El problema de la sostenibilidad llega a parecerse un poco al dilema del huevo o la gallina.
¿Cuál es la raíz del problema? ¿Se necesitan cambios en el consumo? ¿O cambios en la producción masiva de bienes y servicios? Existirán muchas respuestas pero falta esa pregunta poderosa que nos ilumine, que nos lleve a movernos unos cuantos pasos más adelante para hacer cambios importantes en nuestra forma de vivir, consumir, desechar, liderar y gobernar.
Yo me pregunto cuál es nuestra responsabilidad frente a este reporte que más parece una carta abierta de súplicas de la tierra a nuestra sociedad antropocéntrica. Lo que António Guterres, secretario general de la ONU, denomina “un código rojo para la humanidad” cuando advierte de la responsabilidad que tienen los gobiernos, empresas y ciudadanos de actuar frente a este impactante panorama. Mi premisa es sencilla, necesitamos convertirnos en líderes con nuevas cualidades que más allá de alcanzar los logros empresariales y formar equipos de alto rendimiento, hagan una pausa en el camino para pensar su rol en la transformación requerida para alcanzar un futuro sostenible.
Los gobiernos por sí solos no lograrán solucionar una crisis de inmensas proporciones que se sustenta en factores más complejos que los que nos muestra una economía lineal dependiente de los combustibles fósiles. La raíz de esta realidad insostenible va más allá de los sistemas de producción y las grandes economías es también un problema de pensamiento y acción. El mundo necesita más que nunca líderes que convoquen, inspiren, movilicen y comprometan a las personas con objetivos comunes. Aquellos líderes que más que contar con una larga lista de logros académicos y un sinnúmero de cargos que llenen los perfiles en LinkedIn, sean personas conectados con un propósito personal que pongan al servicio del mundo.
El verdadero liderazgo sale del alma, es una energía interior en la que confluye el Ikigai, que según el modelo japonés es ese lugar ideal en el cual nos sentimos realizados con lo que hacemos y esto tiene un impacto positivo en el mundo. Esa razón por la cual nos levantamos emocionados cada mañana para encontrar un sentido de trascendencia en donde florecen la creatividad y la felicidad genuinas. Al preguntar a 120 líderes a través de una encuesta en LinkedIn sobre que necesitarían para fortalecer su liderazgo encontré las siguientes respuestas: Creatividad 52%, Espiritualidad 23% y Sostenibilidad 25%.
El camino de un líder tiene mucho de experiencia pero también de un enorme compromiso personal con conocer su naturaleza interna. El autodescubrimiento que le permita comprender sus posibilidades de expansión no sólo desde el potencial intelectual sino también espiritual. Lao Tse decía “Conocer a otros es sabiduría, conocerte a ti es iluminación”. Esa iluminación proviene sin duda de una conexión con cualidades más allá de lo técnico y que tocan aspectos profundos como el reconocimiento del propósito, el de la propia verdad individual que nos hace únicos y nos mueve a conocer nuestro centro y nuestros sueños e ideales. Al mismo tiempo nos provee de una sensibilidad especial para conectar con el entorno empáticamente. Eisenhower decía que “la cualidad suprema del liderazgo es la integridad.” Una integridad que debería convocar nuestras más valiosas dimensiones humanas, la espiritual, la intelectual y hasta la física. Los líderes sostenibles deben ser antes que nada seres humanos espirituales que conocen los grandes desafíos, y viven esa espiritualidad como el descubrimiento de lo mejor que hay dentro de cada de uno de nosotros para ponerlo al servicio del mundo. Para restaurar esta compleja realidad debe existir un cambio a nivel individual y colectivo en la forma de hacer las cosas y de comprometernos con unos ideales comunes. Hoy necesitamos más que nunca asegurar que valores esenciales como la unión, la flexibilidad, la creatividad y la innovación sean puestos en práctica y al servicio de las incitativas sostenibles. El verdadero líder será aquel que lea con asertividad e inteligencia las respuestas que nos da el entorno y al mismo tiempo se haga preguntas poderosas que inspiren verdaderas transformaciones en los individuos, los colectivos, las organizaciones y los gobiernos. Porque no es la respuesta lo que nos ilumina, es en definitiva la pregunta.