Lo que nos une, más allá de las fronteras
martes, 15 de julio de 2025
Natalia Zuleta
“Más allá de las ideas del bien y del mal, hay un campo. Allí nos encontraremos.” - Rumi
Escribo esta columna desde Turquía, una tierra donde han convivido diversas culturas milenarias. Y desde aquí me pregunto -y le pregunto también a ChatGPT- sobre aquello que nos separa y aquello que nos une como humanidad.
Vivimos en un mundo que parece cada vez más dividido, donde la política se ha convertido en un artificio de poder y separación. Las fronteras no son solo geográficas; también son ideológicas, culturales, religiosas y sociales. A diario se alzan con fuerza muros visibles e invisibles: credos políticos, creencias arraigadas, intereses económicos, opiniones que defendemos con tal vehemencia que terminan llevándonos a la guerra.
Las noticias nos recuerdan a cada instante todo aquello que nos distancia. Sin darnos cuenta, comenzamos a ver al otro -al que no piensa o no es como nosotros- como un enemigo.
Sin embargo, debajo de toda esa fragmentación hay algo que permanece intacto. Algo esencial, que no grita, pero sostiene: el deseo compartido de vivir con sentido, de cuidar a quienes amamos, de encontrar un lugar en el mundo donde podamos ser nosotros mismos, sin miedo. Aunque nuestras historias sean distintas, nuestras necesidades más profundas son universales. Todos hemos sentido miedo, soledad, alegría, ternura. Todos hemos llorado por alguien que se fue. Todos anhelamos pertenecer y amar.
Mientras el mundo se vuelve más complejo -y a veces más hostil- siento que lo que necesitamos no son solo respuestas, sino nuevas preguntas. Preguntas que nazcan no del miedo y la separación, sino de la curiosidad y del genuino deseo de evolucionar.
Hoy, desde Capadocia, me pregunto: ¿Qué es eso que nos une más allá de nuestras diferencias? ¿Cómo podemos cultivar una visión del mundo que sume y no divida?
¿Qué necesitamos para construir un mundo más amable y solidario?
En estos tiempos, cultivar las cualidades del corazón ya no es un idealismo ingenuo: es una urgencia. La empatía, la compasión, la amabilidad, la presencia, la gratitud… no son adornos emocionales. Son herramientas fundamentales para habitar y navegar un mundo incierto. La verdadera resiliencia no es solo resistir los momentos difíciles, sino entendernos en la diferencia y reconocer la diversidad como una riqueza.
Tal vez, lo más revolucionario hoy no sea avanzar más rápido, sino detenernos. Respirar. Mirar a los ojos. Escuchar sin interrumpir. Reconocer el dolor del otro como legítimo, aunque no lo comprendamos del todo. Dejar de hablar solo desde el ego y comenzar a hacerlo desde la conexión. Porque es en esa intimidad, en ese espacio donde bajamos las defensas, donde empieza el verdadero cambio.
No podemos controlar todo lo que sucede en el mundo, pero sí podemos elegir cómo nos relacionamos con lo que sucede a nuestro alrededor. Podemos decidir construir puentes en lugar de reforzar muros. Podemos recordar que cada persona con la que nos cruzamos libra su propia batalla. Podemos volver a lo esencial: la conciencia de que somos interdependientes y de que albergamos una gran sabiduría en el corazón.
Los grandes desafíos que enfrentamos como humanidad -el cambio climático, la salud mental, la violencia, la desigualdad- nos llaman a trabajar al unísono. Necesitamos tomar conciencia de nuestras propias heridas y miedos, y al mismo tiempo, abrirnos a comprender los del otro. Eso requiere valentía. Valentía del corazón.
Volver al corazón no es rendirse. Es recordar -como decía Rumi- que, más allá de las ideas del bien y del mal, hay un campo donde podemos encontrarnos. Una inmensidad que nos permite trascender cualquier desafío y generar una verdadera revolución: la revolución de la humanidad que elige la conexión y la empatía por encima del miedo y la división.
Y ese encuentro -por íntimo, pequeño o invisible que parezca- puede transformar el mundo de una manera poderosa.