Mi declaración después de la COP16
jueves, 31 de octubre de 2024
Natalia Zuleta
Pasé unos días en la COP16 escuchando muchas organizaciones, speakers, colectivos y personas de muchos lugares de Colombia y del mundo, hablar desde su experiencia sobre la necesidad de trabajar por la conservación de la biodiversidad. Aquí no pretendo hacer un recuento de cosas que ya hemos visto en redes sociales y en noticias de los medios. Este escrito nace más de una reflexión muy humana y espiritual después de algunas palabras y encuentros que me tocaron profundo y me inspiraron a escribir una declaración. Encuentros con estudiantes que buscan aún con curiosidad comprender que nos ha traído hasta aquí. Mujeres indígenas que buscan una reivindicación de su rol como líderes cuidadoras del planeta. Expertos, políticos y ambientalistas con deseos de compartir su conocimiento y lograr alianzas. Mujeres que han trabajado por la sostenibilidad en el país desde diversos sectores. Y los caleños del común muchos enterados de lo que es la cumbre, otros con la esperanza de que su ciudad se convierta un lugar próspero y pacífico.
En el fondo puedo decir que la COP16 más allá de su esencia política y gubernamental para mi representó un espacio para hablar de las heridas que hemos causado a la tierra y los miedos existenciales que viven en nuestro corazón. Existe una especie de clamor colectivo por despertar de la inercia silenciosa que nos ha llevado a perdernos en un entendimiento nocivo sobre nuestro carácter de especie superior. El problema de lo sostenible es un problema de mentalidad y de espiritualidad que requieren ser abordados con profundidad. Toda la destrucción que ocurre en la naturaleza es producto de nuestras propias luchas y vacíos interiores. Vivimos en un mundo de vínculos rotos y degradados.
Por eso la COP16 es el despertar de conciencia y de las emociones en torno a nuestra necesidad de cuidado, bienestar y supervivencia. Podemos idear leyes, suscribir acuerdos y sellar compromisos, pero si nuestra visión antropocéntrica no se transforma desde la mente y el corazón no podremos estar a la altura de nuestras expectativas y de las necesidades de la naturaleza. Para ello requerimos sanar nuestras propias heridas para no inflingir nuestro dolor en lo que nos rodea. Entender que no estamos separados de todo lo que está vivo. La paz con la naturaleza será posible en la medida en que tengamos paz en nosotros y la cultivemos hacia los demás. En la medida en que entendamos que nos une una interdependencia que implica co-responsabilidad y co- creación.
Aquí les comparto mi declaración:
Necesitamos contar más historias, abrir al mundo los relatos de la tierra que están clavadas en lo profundo de las entrañas de montañas, ríos, valles, ecosistemas y comunidades. Las lágrimas en los ojos de los ancianos, las historias ancestrales de las comunidades indígenas, los líderes en muchas poblaciones que transforman el entorno, la curiosidad de los niños que se hacen preguntas poderosas, las mujeres que claman su derecho y necesidad de cuidar la naturaleza desde su naturaleza de dadoras y cuidadoras de vida. Necesitamos volver a sentir la tierra al unísono con nuestros corazones, los caudales de los ríos en nuestras venas, el calor de las latitudes en nuestra piel, el poder de la luna en el descanso de las noches. Necesitamos despertar siendo nuevos seres humanos de una estirpe que nace de la esperanza, de la sensibilidad y del deseo sentirnos parte de un todo.
Necesitamos de esa sensación sana de interdependencia que nos nutra de la sabiduría de la tierra, de esa misma que nos da la vida. Un antídoto al pesimismo y la desesperanza para ver con claridad para pensar con compromiso, para quitarnos las pieles que han ocasionado la desgracia ambiental, el estrés sostenible, el sentimiento de culpa.
Necesitamos re conectar con nuestra creatividad para encontrar las respuestas a esas grandes preguntas existenciales que en medio del desconsuelo nos acechan. Tenemos ese compromiso pues las nuevas generaciones merecen un futuro, merecen esperanza, felicidad y certeza de que este planeta acoge sus sueños y sus deseos de crecer. Este es un compromiso ineludible, humano e intransferible.