Nuestras cárceles interiores
viernes, 25 de julio de 2025
Natalia Zuleta
El reciente solsticio de Verano trajo consigo una fuerte carga energética. Es inevitable ser ajenos al efecto que tienen los astros en nuestra energía, pues al fin de cuentas venimos del polvo de estrellas. Es como si la luz intensa del sol de verano llegara para iluminar aquellas zonas de nosotros y del mundo que nos negamos a ver con claridad. Tal vez ese es el llamado más latente de este fenómeno, ver con mayor foco y nitidez todo aquello que necesita estar en primer plano por alguna razón. Particularmente para mí ha sido la oportunidad para cuestionarme acerca de la libertad y de aquellas cárceles invisibles que construimos alrededor de nosotros.
Queridos lectores me pregunto de qué están hechas esas cárceles o muros etéreos que nos circundan y que detienen nuestro crecimiento y evolución. Y cuando hago esa pregunta mi pecho se contrae y mi corazón se encoge porque en el fondo todos tenemos las respuestas. Respuestas que no queremos asimilar porque nos hablan de nuestras debilidades y sombras como seres humanos. Esas respuestas se diluyen en el umbral entre la luz y la sombra, entre el estancamiento y el anhelo de lo que verdaderamente queremos o estamos llamados a ser.
Podría decir que como mujer tengo un instinto bastante agudo para conectar con la sensación de miedo y frustración que me produce el pararme frente a frente con mis cárceles interiores. Pero hoy que he tenido la fortuna de salir al encuentro con ellas de la mano de la energía de este poderoso solsticio y quisiera compartirlo con ustedes. Tal vez mujeres y hombres puedan identificarse con algunas de estas barreras invisibles y de pronto descubramos que somos prisioneros de la misma celda.
Para empezar tengo la certeza de que la primera cárcel que atrapa muchas veces a una mujer como yo es el miedo a expresar lo que necesito. Ante la inquietante necesidad de hacer solicitudes sobre lo que queremos en diferentes escenarios de la vida, la pareja, la familia y el trabajo, nos debatimos en esa cuerda floja que finalmente se inclina por el silencio y el falso convencimiento que al no expresar lo que queremos estamos siendo bondadosas, generosas y complacientes con todos los demás que esperan el cumplimiento a cabalidad de nuestro rol.
Ojo esto también puede suceder a los hombres que se visten con el traje de su masculinidad hecho a la medida. El problema es que los barrotes de esta cárcel del silencio y la complacencia nos aprisionan cada vez con más fuerza hasta anular nuestra capacidad de amarnos, ser compasivos y cuidar de nosotros mismos. El efecto más devastador o la sentencia definitiva es la depresión o el tan popular burnout de los tiempos de hoy.
La segunda cárcel detrás de la anterior es el temor a expresar lo que sentimos. La perversa necesidad social de etiquetar las emociones entre negativas y positivas nos ha puesto al límite, pues exige de nosotros estar siempre del lado de la euforia, la alegría y la contención en el perverso abismo de la perfección y la calma.
Aquí la cárcel nos habla subliminalmente para decirnos “quédate de este lado pues si expresas lo que sientes ya nos serás aceptado y aceptada” y ese mensaje subliminal cala profundo en nuestro corazón que como respuesta inmune decide ignorar o silenciar las emociones para pasar agachado. Esta peligrosa contención se convierte en una olla a presión que puede pitar y explotar en forma de enfermedades físicas o mentales que verbalizan con contundencia lo que el corazón aprisionado no pudo expresar.
Y como si no fuera suficiente existe una cárcel más fuerte y con más barrotes que es la incapacidad de poner límites. Algo que nadie nos enseña en la vida y caminamos analfabetas por el mundo permitiendo que haya situaciones y personas que se conviertan en huracanes intrusivos de nuestro bienestar espiritual y moral.
En esta cárcel conviven los abusos físicos y emocionales, las relaciones narcisistas, los jefes maltratadores y todo lo que en nuestra vida no podemos dilucidar ni detener y que va en detrimento no solo de nuestra identidad y dignidad, sino de nuestro propósito superior. Creo que puedo decir con certeza que todos hemos pasado por esa celda y muchos otros nos ha costado pagar la pena y salir a buscar nuestra libertad.
Estas son sólo algunas de las cárceles imperceptibles que nos detienen, que nos duelen profundo y nos llevan a abismos de los cuales es difícil salir. Pero lo importante es darnos cuenta que están es dentro de nosotros y en esa medida tenemos las llaves para abrir la férrea cerradura y salir. Esto requiere valentía, coraje y determinación, pero al mismo tiempo un compromiso con mirarnos por dentro, practicar disciplinas que nos ayuden a conocer mejor nuestros traumas y emociones y a pedir ayuda a los sabios maestros que siempre habrá alrededor.
Hoy los quiero invitar a que festejemos este solsticio haciendo conciencia de nuestras limitaciones pero también de nuestra capacidad de iluminarlas para trascenderlas y caminar un sendero más cercano a las vibraciones de nuestra alma y de nuestro corazón, como poderosas herramientas para vivir en libertad y en el verdadero amor. Finalmente, nuestras cárceles se disolverán en las estrellas.