Analistas

Rompecabezas de traumas

Natalia Zuleta

Soy escritora por vocación y lectora por convicción. Creo firmemente que cada libro que llega a nuestras manos y captura nuestro intelecto a través de una provocación, es un mensaje dado por el universo para nuestra evolución. Existe una magia inexplicable que nos lleva a sumergirnos en ciertas lecturas que nutren nuestro espíritu y nos abren las puertas a nuevas reflexiones y oportunidades. Una de estas noches frías en cama en las que reposo mi gripa, la biblioteca del frente me sugiere un libro en inglés que me regaló una gran amiga que vive en California, ‘El Mito de la Normalidad’, del médico Daniel Maté. Los libros regalados son también intenciones concretas del universo por enterarnos de historias que debemos conocer.

Y es que este libro en particular llega a mí en un momento en el que me cuestiono desde lo espiritual cuáles son esos grandes obstáculos que han impedido la evolución de la humanidad. En una era en la que los problemas y desafíos son más visibles y palpables no sólo por la amplificación de la tecnología, sino también porque tenemos un mayor nivel de conciencia para ver y palpar aquello que está en la superficie y lo que se esconde debajo de ella. Estamos en presencia de la punta del iceberg, pero sintiendo los efectos de la superficie oculta que lo causa todo. El mensaje de Maté en su libro sobre el trauma, la enfermedad y la sanación en una cultura tóxica es sencillo, pero revelador. Presenta un interesante recorrido sobre la visión que tenemos como sociedad de la salud, el cuerpo y la mente, y la forma como reconocemos y abordamos los traumas. En esencia, la medicina con todo y sus avances nos ha fallado al no tener un enfoque integral de la persona, al dejar de lado los factores culturales que nos generan estrés y afectan nuestro balance emocional. Pero esto más que un problema médico es una cuestión social e histórica en la que la visión segmentada del ser humano no nos permite una comprensión holística de quiénes somos y cómo cambiamos a lo largo de nuestra existencia.

Para mí, los traumas son semillas que pueden existir para florecer o para convertirse en una especie endémica que corrompe todo con lo que entra en contacto. Veo el mundo hoy como un rompecabezas de traumas en el que las heridas se abren cada vez más. Los odios religiosos se reavivan y se expanden, las diferencias políticas se exacerban en guerras, las mujeres gritan desde sus dolores por el maltrato y el feminicidio, los niños navegan entre un mundo hostil con la amenaza de alguna enfermedad mental o adicción a la vuelta de la esquina, las personas furiosas y descontentas con sus gobiernos se apoderan de las vías para manifestarse. Es una danza violenta la que experimentamos todos los días que vista desde una perspectiva más humana surge de traumas generacionales, históricos y otros no heredados que experimentamos los seres humanos.

Estamos sintiendo como nunca una desconexión con nosotros mismos, una incapacidad colectiva de parar, mirarnos, sentirnos, interrogarnos y hacer conciencia de cuáles son esos dolores colectivos y traumas que tenemos por reconocer y sanar. Suena poético y tal vez filosófico pero esto es ciencia cierta. El aumento de la violencia sistémica social, el aumento de enfermedades como el cáncer son algunas muestras de la somatización de traumas de los que no nos hemos hecho cargo individual y colectivamente.

Bessel van der Kolk, psiquiatra, investigador y educador, nos dice “el trauma es cuando no somos vistos ni reconocidos”. Y todos hemos pasado por allí, cuando nos pasan cosas difíciles o cuando nos dejan de pasar cosas que necesitamos para que nuestras necesidades emocionales encuentren eco y cuidado. Entonces veo el mundo cada vez más revuelto y difícil y siento ese choque constante de traumas que no sabemos cómo llevar y que se trastean en una ola de ira y frustración.

Lo inquietante es ver cómo vivimos en un entorno que cada vez más contribuye a ese rompecabezas de traumas y nos hace desconectarnos de nuestra conciencia y capacidad de sanar: la presión de los trabajos, las redes sociales, el multitasking, las noticias, las muchas formas de entretenernos, las conversaciones banales y muchas otras cosas más, que alimentan el frenesí.

Creo que en este camino nos queda un único compromiso y solución. Empezar por examinarnos con cuidado y hacernos las preguntas correctas, cuestionar las creencias arraigadas y las barreras que le ponemos a nuestro potencial humano para sanar y evolucionar. Mi invitación es sencilla e inspirada por este poderoso libro, debemos para más, escucharnos más, hacernos cargo con compasión y amor de nuestros traumas y dolores y a través de nuestra sanación contribuir a un mundo más amable, transparente e incluyente para las próximas generaciones. Gracias a esta gripa que me llevó a escoger este libro que esperaba en mi biblioteca.

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