Siempre digo que la comunicación hoy es más importante que nunca. Un área que ha pasado de la periferia de los organigramas al centro de las estrategias de toda organización. Hace tres décadas, jamás imaginamos que empresarios, políticos, familias, jóvenes, hablaran siempre de comunicación. Así ocurrió en la toma de posesión de Santiago Peña como presidente de Paraguay, cuando el presidente del Senado habló de ‘fake news’, de infodemia o de la necesidad de que el nuevo gobierno tenga una excelente capacidad de comunicación. Todos compartimos el diagnóstico y la recomendación, pero es significativo que fuera el tema central del discurso. Pone en valor cuánto nos jugamos en ello.
Las democracias de todo el mundo reciben ataques cibernéticos cada vez más potentes, cuyas consecuencias pueden ser más graves. Además, sus enemigos cuentan con una nueva arma de destrucción masiva. Oppenheimer, al que Hollywood ha puesto de actualidad, al recordar las pruebas de la bomba atómica afirmó: “Algunas personas rieron, otras lloraron. La mayoría, guardó silencio. Pero todos sabíamos que el mundo no sería el mismo”. En otra dimensión, lo mismo ocurre con la IA, a la que se vincula con la revolución industrial 4.0, pero de la que no podemos obviar sus efectos políticos. Mal usada puede ser una amenaza al corazón de las democracias y al derecho a recibir una información libre y veraz, reconocido en la Carta Universal de los Derechos del Hombre.
En los próximos meses, Latinoamérica tiene importantes citas con las urnas, como la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Ecuador y Argentina, el plebiscito constitucional en Chile o las elecciones regionales del 29 de octubre en Colombia. Un calendario que acelera esa necesidad de actuar. Por ejemplo, en Ecuador, donde han sido asesinados en poco tiempo dos candidatos, el Comité Electoral recomienda informarse solo por fuentes oficiales.
Aun así, nadie está a salvo de los avatares generados por IA o el ‘hackeo’ de cuentas institucionales. Es más, ya no hace falta actuar sobre toda la población. Basta rastrear la huella digital para identificar a votantes indecisos suficientes para cambiar la balanza. Recordemos los ajustados resultados de EE.UU., Brasil o España, donde un diputado que podía cambiar mayorías dependía de menos de 1.000 votos. Además, el temor a la manipulación afecta a la confianza en los procesos democráticos, retroalimentando un debate político nada favorable.
Instituciones de todo el mundo reclaman un modelo de gobernanza de la IA global, que fije las mismas reglas del juego para todos y que será decisivo para el futuro de la democracia; ya sea su deterioro o su revitalización. Es verdad que la tecnología va por delante de la legislación, pero se debería exigir que el uso de la IA en todo cuanto afecte al ejercicio de nuestros derechos fundamentales se rija por los mismos principios de igualdad, pluralidad o transparencia de las democracias más avanzadas, con graves sanciones a quienes lo incumplan.
Es un hecho que comunicación y democracia van de la mano. Es el momento de que instituciones y empresas del sector -la que dirijo lleva tiempo haciéndolo- realicemos un esfuerzo especial para ampliar equipos de analistas y expertos que desarrollen herramientas que amplíen nuestra capacidad de escucha, comunicación y análisis para protegernos de esos ataques, detectar amenazas, neutralizar sus efectos y delatar a sus autores y a quienes les dan cobijo. Solo así ganaremos la batalla contra la manipulación, el peor cáncer de nuestras democracias.