“De cero a 1.000 en la mitad de la vida, de 1.000 al infinito en la otra mitad”. Así definió ayer uno de mis colaboradores la historia de mi empresa. Creo que exageraba en cuanto a lo del infinito, pero acertó en que los pequeños proyectos, que nacen de la nada y se construyen muchas veces con altibajos, no hacen sino crecer. Lo importante no es tener una empresa grande o pequeña, lo relevante es la ambición por mejorar.
Ambición y liderazgo van unidos. La ambición por ser mejores, por hacer más, forma parte de las cualidades del líder.
Yo inicié el camino cuando todavía estaba en la universidad, estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, y cuando constituí mi empresa en Barcelona me lancé a abrir nuestra primera delegación en Madrid con solo seis meses de actividad. Y de allí, paso a paso, traspiés a traspiés, hasta convertirla en la mayor consultora de comunicación en España y hoy en una multinacional de la comunicación de habla hispano-portuguesa y oficinas en 11 países.
¿Por qué les hablo de esta historia? No es por narcisismo, en absoluto, sino porque a través de ella he definido las que para mí son las distintas fases del camino al liderazgo. En el inicio, nuestra obsesión es sobrevivir. Somos pequeños, tenemos fallos, un cosquilleo en el estómago que no nos abandona nunca, y miedo a crecer. Es el primer reto, pero son estas piedras del camino las que debemos superar para dar nuevos pasos. Es lo que yo denomino el liderazgo obsesivo o, si me permiten hacer una gracia, la obsesión del líder cabezota.
La empresa ya está en marcha. Llegan los primeros sustos, perdemos los primeros clientes; un trastorno cuando eres una empresa grande, un drama cuando eres una sociedad pequeña. Es también el momento de vencer nuestros miedos. ¿Dónde está mi techo? ¿Seré capaz de superar mis debilidades? El liderazgo responsable nos hace superar los obstáculos, porque nuestro proyecto alimenta a más personas que no queremos dejar por el camino. Y cuando hablo de alimentar no me refiero solo a un salario, sino al propio proyecto en sí, que nos apasiona y nos permite crecer como personas. Porque los buenos colaboradores son los que se involucran en el proyecto.
No hay líderes perfectos. Podemos ser buenos en nuestro campo e incluso dominar varias áreas, pero todos los gestores tenemos alguna debilidad. Nuestro objetivo debe ser localizar en qué actividades podemos mejorar y quiénes nos pueden ayudar.
En la gestión empresarial debemos partir de la premisa del liderazgo imperfecto y lo que yo denomino los micropoderes; esto es, los colaboradores, mandos intermedios o no, que por sus cualidades profesionales y personales ejercen de facto el liderazgo en sus áreas. Necesitamos la adhesión, sin reservas, de nuestros colaboradores para reforzar nuestra marca. En un mundo crecientemente globalizado, las marcas deben crear emociones y el primer paso es que nuestros equipos se involucren. Debemos establecer un diálogo a través de la comunicación -lo que normalmente se denomina comunicación interna- y transmitirles la necesidad de contar con ellos.
Los grandes líderes son personas capaces de mover montañas y para ello deben de ser creíbles y generar pasión. Yo soy una apasionada de mi proyecto y trabajo con equipos que se apasionan, que lo viven como cosa propia. La pasión permite asumir retos que el simple raciocinio nos limitaría. Debemos apasionarnos tanto por nuestra profesión como por el quehacer diario de nuestra vida.
Ser responsable es aplicar valores. Allí, hay que tomar decisiones. ¿Qué hacer cuando hay que despedir a un empleado? A mí me resulta doloroso, pero recuerdo lo que dijo una directora de recursos humanos: una empresa realmente se gestiona con valores cuando es capaz de contratar y de despedir por valores.