La semana pasada, José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, quizá la multinacional tecnológica más importante de toda Iberoamérica, reflexionaba en Linkedin sobre el momento que vivimos, marcado por la pandemia, la posverdad, la guerra en Ucrania o la crisis energética; pero también por una revolución tecnológica en la que 40% del tráfico de datos en las redes ya no es ‘humano’. Su conclusión era que estamos en un cambio de era y que el gran reto son las personas. Esos mismos días, me reunía con empresarios en diversas ciudades de Colombia y Ecuador, comprobando las ganas de muchos de ellos de contribuir a solucionar retos comunes que exceden el ámbito de sus empresas. Son personas dispuestas a liderar ese cambio de era. Empresarios que, además de ser motores de la transformación económica, combaten la desigualdad y promueven el progreso social, generando estabilidad institucional y fortaleciendo la democracia.
Pero, además de voluntad y determinación, ¿cómo debe ser ese líder en este cambio de era? Resumo diez cualidades y actitudes que considero imprescindibles.
• Ser adicto al cambio: entender cada novedad como una oportunidad, nunca como amenaza.
• Creer en lo imposible: emprender con la misma ilusión y con la misma energía para superar obstáculos que el primer día.
• Entender que sin sostenibilidad ambiental, social y económica no hay futuro. Los criterios ESG no son una opción, son el único camino para que nuestras empresas sobrevivan.
• Escuchar para incorporar las mejores ideas y evitar la desconexión con nuestro ecosistema de comunidades. El líder que no escuche, fracasará.
• Situar la comunicación en el corazón de toda estrategia. Nadie discute que somos lo que comunicamos y que el tiempo es el mensaje. Dos premisas más presentes que nunca hoy en toda decisión que tomemos.
• Dar la cara en las crisis, reconocer los errores y pedir perdón. Eso sí, demostrando que somos capaces de aprender de nuestras equivocaciones y comprometernos a no repetirlas.
• Elegir un propósito para nuestra empresa creíble y que pueda ser compartido por inversores, empleados y grupos de interés. Hoy la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace no es negociable.
• Gestionar la diversidad (no solo de género o edad) y hacer de ella una ventaja competitiva. No se trata de dirigir equipos, sino de co-crear en equipo, incorporando talento y visiones diferentes.
• Confiar en el país, aunque se piense que hay otra forma de hacer las cosas. Porque si no confiamos nosotros, tampoco lo harán lo inversores extranjeros
• Generar retorno en el entorno, creando un vínculo con nuestra empresa. Por ejemplo, en vez de contratar programadores de otros lugares, formar a personas de la zona que no han tenido posibilidad de estudiar. Reduciremos costes y contaremos con perfiles adecuados a nuestras necesidades.
En definitiva, en momentos complejos como este no sirven soluciones sencillas. La relación entre empresa y sociedad tiene que cambiar. El buen líder será capaz de identificar oportunidades ante este reto, convirtiendo lo que hasta ahora era la responsabilidad social corporativa en una auténtica herramienta de progreso social. ¿Cómo? Por ejemplo, sustituyendo ayudas por inversiones que permitan a ciudadanos sin recursos crear microempresas, incorporándose a la economía formal e integrándose en nuestra cadena de valor como proveedores. Eso es la transformación social competitiva. Líderes capaces de orientar nuestras empresas hacia ese modelo es lo que necesitamos en este cambio de era.