La desinformación y las noticias falsas siempre han existido. Pero la inteligencia artificial, las redes sociales o la micro-segmentación abren una nueva dimensión a esta otra pandemia. Un ejemplo: frente al rigor de los medios de comunicación profesionales, sólo entre septiembre y diciembre de 2023, se detectó en Europa una red de casi 200 falsos portales con información pro-rusa que pretendían ‘blanquear’ su régimen. Una actividad que, en algunos casos, se calcula pudo empezar hace una década.
Tenemos que considerar estas campañas de desinformación como agresiones bélicas. Porque, aunque no estamos ante una guerra en términos sangrientos, si estamos ante una guerra contra las democracias liberales.
Estos ataques masivos a través de perfiles y páginas falsas promovidas por determinados gobiernos aspiran a imponer su propio relato. En Atrevia ya demostramos, a través de un estudio junto a la ONG Intermon Oxfam, que la desinformación en las redes aumenta los discursos de odio.
Además, la inacción, inconscientemente, favorece los intereses de nuestros enemigos, que acaban imponiendo su propio marco del debate, favoreciendo el extremismo y la polarización. Acabamos admitiendo y normalizando la presencia en el escenario político de posiciones que hace una década serían inadmisibles e incompatibles con la democracia. E incluso cuestionando la legitimidad de nuestros gobiernos y sistemas democráticos.
Una estrategia que, antes o después, aplicarán a todo país que se interponga en sus intereses. Ahí tenemos el ejemplo de Ucrania, invadida territorialmente por el mero hecho de ser un obstáculo a los planes del establishment ruso por sobrevivir al precio que sea. Pero también el de numerosos estados en los que se trata de interferir vía desinformación por oponerse a sus aspiraciones.
Por tanto, en la desinformación y en quien la promueve, todos tenemos, antes o después, un enemigo común Esta idea en Europa está clara. Pero también debe estarlo en Latinoamérica. Todos nos jugamos mucho. Los países no pueden establecer sus alianzas sólo en términos de desarrollo económico a corto plazo. Es imprescindible incluir garantías de democracia y libertad para nosotros y las futuras generaciones. Hace muchas décadas que no era tan cierto como hoy la afirmación de que las libertades se conquistan cada día.
Sin duda, la gobernanza de la red es un reto colectivo. El mundo real está muy regulado, mientras que en el mundo virtual, donde hoy se construye la opinión pública, parece que todo vale. Pero libertad no puede ser sinónimo de impunidad para quien perpetra ataques con ‘fake news’ como arma. Se necesita más transparencia, recursos y cooperación entre gobiernos y agencias de inteligencia para identificar y frenar las campañas de desinformación.
Todo este planteamiento, y los riesgos que conlleva, tenemos que trasladarlo a nuestras compañías. Y no solo desde la perspectiva de que puedan ser objeto de un ataque o campaña directa de desinformación, que también. Hoy quiero poner el foco en el riesgo colectivo para nuestras empresas y entorno económico donde nos desenvolvemos.
No seamos ingenuos. En esta ocasión, las empresas sí tenemos que hacer política, y apoyar a nuestros gobiernos para que participen en alianzas frente a quienes ponen en peligro nuestro modelo de convivencia. No olvidemos que las sociedades más abiertas y las democracias más fuertes son las economías más avanzadas y las que proporcionan más bienestar a los ciudadanos. Sí, la desinformación es una pandemia. Y una grave amenaza para las empresas.