Si buscamos el término turbulencia en internet, lo define como un movimiento desordenado de un fluido en el cual las moléculas, en vez de seguir trayectorias paralelas, describen trayectorias sinuosas y forman torbellinos. Aplicado ese concepto a la realidad política y económica que nos ocupa, serían aquellas circunstancias que complican y amenazan lo que tendría que ser un periodo de estabilidad.
A comienzos de año nadie pronosticó el actual escenario. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, la situación en Argentina, el Brexit, la tensión en el estrecho de Ormuz, la crisis de gobierno en Italia, o la posible repetición de elecciones en España son parte de esa lista de perturbaciones. Si a ello le sumamos que nos movemos en un entorno global donde el efecto mariposa puede provocar que el simple aleteo de un insecto provoque un tornado en el otro extremo del mundo, lo mejor es prepararse para reducir los efectos, tanto directos como colaterales, de esas turbulencias.
Si consultamos a cualquier piloto experimentado nos dirá que para minimizar esos efectos la mejor opción es cambiar de altitud. ¿Y qué implica modificar la altitud en una empresa? Pues cambiar nuestra visión del negocio. A partir de ahí, nos encontramos con dos alternativas. Una es bajar de altitud, cuyo efecto más directo es una limitación del campo visual a un área más pequeña que, eso sí, podremos observar con más detalle. En términos empresariales, equivaldría a reducir riesgos concentrándose en aquellos mercados que ya conocemos. Esta sería, a priori, la solución más cómoda y segura, siempre y cuando el mencionado efecto mariposa no acabe desencadenando una tormenta justo allí donde habíamos decidido resguardarnos.
Por el contrario, si aplicamos ese modelo de liderazgo contraintuitivo al que ya me he referido en otras ocasiones y en el que la lógica y análisis racional se impone a la intuición, optaremos por subir la altitud. Ganar altura nos permite ampliar nuestro campo visual y explorar nuevos mercados que, seguramente y en un primer momento, no ofrezcan la rentabilidad de aquellos en los que se opera actualmente, pero a cambio diversificamos riesgos y ganamos puntos de apoyo que, a la larga, nos garanticen una mayor estabilidad.
Sin duda, requiere más esfuerzo. Ya se sabe que muchas veces el mejor camino no es el más fácil. Hablo por experiencia propia. Durante la gran crisis que se desencadenó hace una década y cuyos efectos fueron especialmente graves en España, en Atrevia, frente a lo que hacía nuestra competencia, cambiamos de estrategia.
Mientras otras empresas del sector se dedicaron a “cortar grasa hasta tocar hueso” desprendiéndose talento, conocimiento y creatividad, nosotros optamos por explorar nuevos mercados en los que crecer y que, al mismo tiempo, nos permitieran mantener nuestras estructuras en España y Portugal. No fue fácil. Entre otras muchas cosas, tuvimos que reorganizarnos internamente, dejamos de pensar en clave local y nacional para pasar a ser globales. Pero el esfuerzo mereció la pena: hoy estamos presentes en 16 países.
Si en ese momento no hubiéramos decidido ganar altura para salvar las turbulencias que sacudían los mercados en los que operábamos y, por el contrario, nos hubiéramos concentrados en ellos, probablemente nos hubiera pasado lo mismo que a nuestra competencia. Ahora seríamos menos y más débiles.
Por eso, ante un clima propicio a las turbulencias, como los buenos pilotos, tenemos que estar preparados para cambiar de altitud y reducir al mínimo sus efectos sobre nuestra nave, nuestra tripulación y nuestros pasajeros. O, lo que es lo mismo, sobre nuestra empresa, nuestros empleados y nuestros clientes.