Uno de los últimos trabajos impulsados por el ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, antes de ser nombrado a finales de 2019 Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea, fue la elaboración de una Estrategia para América Latina y Caribe. Un documento que propone un modelo de relaciones entre Europa, España e Iberoamérica que se podría resumir en cuatro palabras: avanzar juntos, crecer juntos. Conclusiones que, en gran parte, hago mías.
Y es que por encima de recelos, Estados y empresas iberoamericanas compartimos una misma misión (favorecer el progreso social y económico); una misma visión (adecuarse a un mundo sin fronteras que exige nuevas alianzas), y unos mismos valores, nacidos de un mismo idioma y de una misma cultura.
Sin olvidar que cada país y cada sociedad tienen sus propios retos e inquietudes, el futuro de Iberoamérica debería afrontarse como un proceso de co-creación de un espacio social, económico, inversor y cultural común. Es oportuno lanzar este mensaje, cuando buena parte de países latinoamericanos se enfrentan a las llamadas ‘trampas del desarrollo’, alimentadas por el descontento generado dentro de regímenes democráticos, pero que se han visto afectados por episodios de corrupción, falta de transparencia y olvido de demandas sociales, o la incertidumbre que traen consigo cambios como la transformación digital.
En este contexto, se necesita, más que nunca, crear y fortalecer nuevos cauces de colaboración entre estados para facilitar el desarrollo de políticas conjuntas y alejar el riesgo de nacionalismos obsoletos y populismos emergentes. Toca dar el salto hacia el futuro y consolidarse como sociedades avanzadas. Para ello hacen falta profundas reformas. Dos indicadores señalan en parte el camino a recorrer. Mientras que en Latinoamérica la presión fiscal se sitúa en 23% del PIB y el gasto social apenas supera 9%, en la Ocde la media de la presión fiscal alcanza 34% y el gasto social supera 21%.
Por su propia trayectoria, España y Europa, que han afrontado grandes reformas sociales, económicas y de integración mediante la creación de sólidas instituciones constituyen los mejores aliados posibles para que Iberoamérica desarrolle todo su potencial en un mundo global. Nos necesitamos mutuamente. Hay que recortar distancias. Gobiernos, empresas y sociedad tenemos que asumir esa actitud para que ese proceso sea más rápido y más fácil.
Seamos positivos. El punto de partida es sólido. La Unión Europea tiene acuerdos comerciales y de asociación con muchos Estados iberoamericanos, como Chile, México y Colombia y Perú, y con bloques como Mercosur o los países centroamericanos, al mismo tiempo que es el principal inversor mundial en la región. A su vez, España es el mayor inversor de todos los países de la Unión Europea, con un capital acumulado que supera los 120.000 millones de euros, y sostiene 800.000 puestos de trabajo.
Mi experiencia personal y profesional no puede ser más positiva. En Atrevia llevamos años apostando por Iberoamérica y, sobre todo, facilitando que otras empresas españolas recorran el mismo camino que nosotros. Y lo mismo hacemos desde el Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica (Ceapi), una entidad nacida con claro objetivo de crear un espacio empresarial compartido. Porque, en mi caso, hace tiempo que tuve la certeza de que avanzar juntos, crecer juntos, es la mejor estrategia que pueden compartir todos los países y todas las empresas que somos parte de Iberoamérica.