Infraestructuras, progreso y América Latina
Las infraestructuras son como un cordón umbilical que comunica a un país no solo consigo mismo sino con un entorno del cual, gracias al intercambio comercial, madura y se fortalece. En el contexto que vive la región, la apuesta por el capital físico se antoja decisiva para superar la actual ralentización económica.
América latina ha entrado en una nueva época en su historia económica y, muy posiblemente, en la política. Los tiempos dorados de la década prodigiosa (2003-2013) se han acabado y, previsiblemente, no volverán en un tiempo largo. El viento de cola ha dejado de soplar porque los altos precios de las materias primas, en los que se basó la prosperidad, son cosa del pasado. Esto obliga a adaptarse y no perder el tren de la modernización vinculándose a los grandes procesos comerciales a escala mundial (por ejemplo el Trans-Pacific Partnership, TPP).
América latina necesita en la actualidad edificar una sólida institucionalidad que preserve la seguridad jurídica. A la vez debe aplicarse a la labor de construir economías más flexibles, diversificadas, internacionalizadas y competitivas que apuesten por la excelencia educativa y por el aumento de las infraestructuras. Como señala la Corporación Andina de Fomento (CAF) una mejor infraestructura favorece encadenamientos sociales y económicos: eleva la calidad de vida, aumenta el crecimiento de la economía, facilita la integración regional y diversifica el sistema productivo.
Las inversión en capital físico es una de las asignaturas pendientes de la región. América latina tiene serias deficiencias en términos de infraestructura eléctrica o de transportes y la razón fundamental es que necesita doblar su inversión y pasar del actual 3% al 6% de su PIB. Además, la inversión en infraestructura debe llevarse a cabo mediante “alianzas estratégicas” entre el sector privado y el público que se necesitan mutuamente.
Colombia es uno de los países latinoamericanos que más claro tiene que la apuesta por las infraestructuras (viales, logísticas y de conexión a Internet) es vital para alcanzar el desarrollo. Ocupa las últimas posiciones en el área latinoamericana en infraestructura vial solo por encima de Honduras, Bolivia, Haití y Cuba, y la ambición expresada por el vicepresidente Germán Vargas Lleras es que su país se convierta, antes de acabar esta década, en el tercero con mejores alternativas viales. Ya cuenta con una ambiciosa agenda para el desarrollo del capital físico que gestiona la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI). Emblemático es el impulso a las llamadas carreteras 4G que prevé la construcción de 8.000 kilómetros.
Colombia se ha dado cuenta no solo de la importancia medular de las infraestructuras sino también de que el Estado tiene una capacidad limitada a la hora de impulsarlas. Ante ese escollo, el gobierno colombiano no ha dudado en apostar por las asociaciones público-privadas. Y en ese punto es donde tienen mucho que decir las empresas españolas que están tejiendo el espacio empresarial iberoamericano demostrando, a la vez, que creen en el futuro de Colombia. Sacyr, que se hizo con un proyecto de rehabilitación, mejora y operación del Corredor 5, acaba de adjudicarse la concesión de la Autopista al Mar 1. Sacyr se une así a otras empresas españolas como OHL, ACS, Grupo Ortiz o Cintra, filial de concesiones de Ferrovial.
Salir de la ralentización económica y dar un salto cualitativo en infraestructuras está en la mano de los países latinoamericanos. Requiere, como está haciendo Colombia, voluntad política (apostar por la institucionalidad, una sólida estructura judicial y una moderna Administración), mente abierta y pragmatismo, mano tendida al capital privado y acierto a la hora de elegir los retos a acometer. No es fácil pero es vital invertir en capital humano (educación) y físico (infraestructura) como vía para reconstruir el cordón umbilical que vincule a América latina con un desarrollo sano y sostenible.