Latinoamérica crece poco y de forma insuficiente para atender las necesidades sociales: el Banco Mundial acaba de reducir drásticamente su previsión de crecimiento del PIB para la región de 1,7% a 0,6% en 2018. Y aunque el Fondo Monetario Internacional y la Cepal son más optimistas, también han rebajado la expansión de la región a 1,2% y 1,3% este año. Son múltiples las causas de esta magra expansión, desde factores externos (tensiones comerciales, entorno financiero) a internos. Pero entre ellos destaca que la región dista de mejorar en competitividad.
La región en general y también Colombia han avanzado en disminución de la pobreza, consolidación de las instituciones democráticas y mejora de los fundamentos macro. Pero en el ámbito de la competitividad, Latinoamérica sigue suspendiendo: nuestros países no solo no están en los grupos de cabeza del ranking mundial, sino que pierden posiciones.
El reciente Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial señala que en 2018 Colombia pasó de la posición 57 a la 60. No es un problema exclusivamente colombiano, sino de alcance regional: ningún país latinoamericano está entre los 30 que encabezan la tabla.
De la región, los mejor posicionados son Chile (33 mundial), México (46), Uruguay (53), Costa Rica (55) y Colombia. Del resto, solo Perú (63) y Panamá (64) están de la mitad para arriba mientras que Brasil, la gran potencia, se sitúa en el puesto 72.
¿Y por qué es importante ser competitivos? Porque la competitividad se ha convertido en este siglo XXI en la antesala hacia una prosperidad sustentable a largo plazo, no coyuntural ni dependiente del volátil precio de las materias primas. Es la herramienta que permite a los países vincularse a la IV Revolución Industrial y adaptarse a los requerimientos que conforman la columna vertebral del actual cambio de matriz productiva.
Hasta Chile, líder latinoamericano en competitividad, muestra retrasos en capacidad de innovación, adopción de las tecnologías de la información y comunicación o inversión en I+D. El caso colombiano muestra, de igual forma, un retraso significativo en aplicación de tecnologías de la información y en capacidad de innovación. Asimismo, presenta déficit en infraestructura, habilidades del capital humano…
Los expertos nos dicen que el camino de Latinoamérica hacia la prosperidad se ve lastrado por un entorno mundial desfavorable, pero también por no haber hecho los deberes en la era de bonanza. El reto a medio plazo pasa por impulsar una agenda de reformas estructurales que conviertan en más productivas y competitivas a las economías, potenciado la inversión pública y privada en capital humano (educación) y físico (infraestructuras, nuevas tecnologías). Unas reformas que nazcan de consensos políticos para dotarlas de continuidad en el tiempo.
Toda esta agenda debe ir acompañada por Estados más trasparentes (con instituciones autónomas, con recursos capaces de castigar la corrupción) y administraciones eficaces y eficientes a la hora de gestionar servicios públicos en terrenos como el de la seguridad ciudadana, los transportes, la sanidad y la educación.
El propio Foro Económico Mundial lo ha dicho claramente: reforzar las instituciones es condición clave para que la región avance en competitividad y, por tanto, en la senda de un crecimiento sostenido. Sin reforzar la competitividad será difícil adaptarse a la IV Revolución Industrial y brindar mayores oportunidades de desarrollo y prosperidad a nuestras sociedades.