Analistas

No existe lugar como Gaza

Odette Yidi

Ningún otro lugar del mundo ha padecido lo que le ha tocado a la Franja de Gaza desde octubre, bombardeada con una cantidad de toneladas equivalente a dos bombas nucleares. Ningún pueblo tampoco ha experimentado la cantidad de crímenes cometidos contra los palestinos por más de 76 años y en completa impunidad. Por algo, son la única población refugiada que cuenta con su propia agencia de la ONU operando desde 1950 (la Unrwa).

Realmente, Israel tiene maravillado al mundo por su capacidad de cometer una de las mayores atrocidades de nuestros tiempos en vivo y en directo, ignorando todo tipo de leyes y humanidad. Es preocupante cómo se le permite a un Estado estar sistemáticamente al margen de cualquier convención internacional, transgrediendo todos los dictámenes de los organismos multilaterales (ONU, Corte Internacional de Justicia) que justamente se han creado para prevenir tales crímenes.

La impunidad de la que goza Israel sienta un peligroso precedente para que cualquier otro Estado o actor no estatal se sienta en la libertad de cometer crímenes similares sin temer por las consecuencias. Es alarmante el uso de Gaza como laboratorio de prueba para armas prohibidas e innovaciones militares que se convertirán en futuros productos de exportación para seguir causando daños en el mundo entero, así como la tortura sistemática a los palestinos (incluidos niños) ilegalmente detenidos. Idolatrar a un grupo entero es igual de problemático y peligroso que estigmatizar a otro.

Preocupan también los discursos arcaicos, sin fundamentación histórica, simplistas, orientalistas, y que insisten en que existen eternos buenos y eternos malos. El intelectual palestino Edward Said ya desde hace décadas nos alertaba de lo peligroso de esta forma de pensar, que sigilosamente se ha incrustado en la psique occidental y que nos seduce a ver a “Oriente” y sus gentes como perezosas, atrasadas y violentas, en oposición al “Occidente” civilizado e iluminado. En esta ecuación binaria, Occidente cree tener una “misión” casi divina de “salvar” al resto, así sea mediante terribles procesos de colonización, ocupación, esclavitud y, en últimas, limpieza étnica.

Seguir replicando cualquier cantidad de argumentos que intentan defender la agresión genocida israelí en Gaza y la violencia de los colonos y del ejército en Cisjordania, junto con la ocupación, colonización y anexión ilegal de los territorios palestinos -además del sistema de discriminación racial o apartheid- no solo es irresponsable, sino que también raya en el fundamentalismo y extremismo.

En su reciente intervención ante el Congreso norteamericano, Benjamin Netanyahu aseguró que, si le daban las herramientas más rápido, terminaría el trabajo más rápido. Ese trabajo es, ni más ni menos, la aniquilación completa del pueblo palestino, y ante el horror del mundo entero, pues los propios soldados israelíes documentan sus crímenes en redes sociales como si fuera un hobby.

Recordemos que un reciente informe de la revista médica británica The Lancet estimó que no es implausible que hasta 186.000 o incluso más muertes podrían ser atribuibles a la violencia en Gaza. Por ello, Israel fue incluido en una lista de la ONU de países que violan los derechos de los niños en conflictos armados en julio de este año. Nadie podrá decir que no sabía.

El sionismo, la ideología que propulsó la creación de Israel y que lo sostiene, fue equiparado con una forma de racismo en general y con el apartheid sudafricano en particular mediante la resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU en 1975.

Vale mencionar que esta resolución fue revocada en 1991 como condición impuesta por Israel para acceder a las negociaciones de paz que nunca dieron resultado, pues va en contra del objetivo mismo del sionismo. Para que haya paz, el sionismo debe ser denunciado y combatido como cualquier otra forma de racismo y movimiento colonizador. El problema nunca ha sido ni será entre “árabes/palestinos y judíos”, sino entre aquellos que defienden el sionismo y aquellos que se defienden de él.

De manera sencilla: un Estado que está cometiendo un genocidio no puede ser considerado como ejemplo de desarrollo y progreso. Si es así, entonces nos depara un futuro apocalíptico creado precisamente por aquellos que supuestamente decían defender la civilización.

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