No existe tal cosa como un almuerzo gratis
miércoles, 28 de abril de 2021
Orlando Avendaño - Libertank
La concepción de gratuidad es impulsada por gobiernos y partidos. Por supuesto, les conviene, la simple idea es muy seductora. Y la seducción, en política, deviene en votos.
Al fenómeno le llaman populismo; como si el populismo fuese necesariamente la irresponsabilidad financiera de cuanto gobierno pise la sede del poder. No siempre es eso, pues populismo, al menos según Chantal Delsol, es algo así como una herramienta, exitosísima, pero peligrosa.
Hay populistas que prometen guerras. Hay populistas que hablan del enemigo externo. Otros que odian el comercio; y, también, hay populistas que ofrecen cosas gratis. De estos hablaremos.
Siempre alguien paga por algo. Friedman dijo hasta el cansancio que no existe tal cosa como un almuerzo gratis. La frase es transparente porque se refiere al gesto más común y vulgar entre individuos. Pero aún así, aunque luzca como una invitación altruista, no es gratis.
Uno podría referirse aquí a Ayn Rand para ejemplificar lo que dice Friedman. En su obra, La virtud del egoísmo, ofrece una reflexión brillantísima sobre el interés detrás de toda actividad humana. No hay gesto o esfuerzo que no esté impulsado por la voluntad egoísta, de conseguir algo.
Intentaré condensar lo que quería decir Rand: el egoísmo, como un sentimiento orgánico que es innato a la condición humana, es prácticamente el motor de la prosperidad humana. La simple idea de que el hombre se levanta de la cama, todos los días, para pactar acuerdos con el propósito de beneficiarse, garantiza el desarrollo de las sociedades. Hombres se estrechan sus manos para honrar un pacto mutuo que, al final, ofrece regalías a cada uno de los individuos.
Incluso, desde el punto de vista más bondadoso y misericordioso posible: no existe y jamás ha existido el altruismo desinteresado. La caridad, religiosa o no, parte de un profundo impulso egoísta. En el caso del creyente, para congraciarse con su deidad; en el caso del empresario, para congraciarse con la sociedad. Y está bien. Es laudable, es preferible.
Hobbes, lo dice claramente: “Nadie da sino con intención de hacerse bien a sí mismo, porque la donación es voluntaria y el objeto de todos los actos voluntarios es, para cualquier hombre, su propio bien”.
Todo lo anterior quizá asoma un punto moral detrás de cualquier esfuerzo altruista y se trata, en últimas, de los mejores casos. Pero la caridad de los políticos disiente de ello. Ni pasa por caridad, ni es altruismo. Es interesado y es también, peligrosísimo.
La esplendidez del Estado pasa necesariamente por el empobrecimiento de los gobernados. Mientras más regala, más miserable es el tributario. A más cosas gratis, el precio es mayor.
Los subsidios los paga el contribuyente. La educación o la salud gratuita las paga el contribuyente. Absolutamente todo lo que ofrece el Estado es gracias a la plata de los contribuyentes. Quizá el dilema aquí es si el ciudadano piensa que el Estado puede administrar mejor parte de su salario, o no. Está bien pensar que sí; pero hay que tenerlo claro: no existe tal cosa como un almuerzo gratis.