Atributos de un líder educativo eficaz
Al acercarse al mundo de la gestión de la educación superior nos encontramos siempre con un elemento clave para lograrla con eficacia: se trata de la capacidad del liderazgo. Esta es abordada en profusa literatura, siendo coincidente, de una u otra manera, que dicha capacidad implica la generación de un vínculo de confianza y sinceridad, así como involucra la toma de decisiones sabias y oportunas. El liderazgo verdadero se caracteriza por no tener miedo a la hora de decidir, a pesar de la adversidad. Y precisamente esas decisiones deben ser coherentes con los objetivos que permiten alcanzar el sueño o la misión de la Institución de Educación Superior (IES). Asimismo, la forma de traducir ese liderazgo será fundamental para mantener la calma ante situaciones de crisis, y de reconocer, incluso en el fracaso, una oportunidad de aprendizaje.
Hablar de buenos líderes, es pensar en que estos inspiran, saben escuchar, son honestos en el trato con los demás y, lo que es más importante, en los mensajes que transmiten. También muestran flexibilidad y participación activa en las operaciones de su institución, y tienen expectativas claras sobre la ruta hacia los propósitos definidos en la misión. El liderazgo es uno de los factores más relevantes en el futuro de cualquier organización. Sin embargo, aquellos que lideran en educación superior -quizás más que en otros sectores- deben velar por el bienestar de las partes interesadas, a veces paradójicas, para considerar, influir e impactar con acciones concretas. En este contexto, deben demostrar la capacidad de trabajar en equipo, de manera respetuosa y eficaz, con una diversidad considerable de actores y puntos de vista, con el fin de encontrar consensos, oportunidades y actuar en consecuencia.
El liderazgo en la educación superior incluye la gestión integral de la enseñanza, el aprendizaje, la investigación, la proyección social, la sostenibilidad, la cultura organizacional, la misión y el direccionamiento estratégico, desde la formulación de políticas hasta la evaluación del accionar institucional. Los líderes académicos deben asegurarse de que su institución tenga la capacidad de responder rápida y constructivamente a los desafíos constantes que enfrenta. Para hacer esto, necesitan liderar en función de la creación de un entorno de trabajo de apoyo a su personal, uno que fomente y sostenga los cambios requeridos, y propicie la implementación exitosa de nuevas iniciativas.
Actualmente se requiere de una serie de atributos para ser un buen líder. Este debe tener ética, es decir, buen carácter moral, junto con patetismo (la capacidad de conmover a las personas emocionalmente). Estos deben complementarse con logotipos, la capacidad de dar razones sólidas para una acción y/o cambio -en otras palabras- la capacidad de mover a las personas intelectualmente. Un buen líder también sabe conectarse bien, es decir, se rodea de personas excelentes. Siempre es tentador rodearse de personas de ideas afines, que estén de acuerdo con su punto de vista. Eso significa un proceso de cambio fluido y sin conflictos desde la concepción hasta la implementación, pero al final este enfoque no rinde los mejores resultados para la institución. El líder debe estar presente en cada paso orientado a la materialización de la misión; debe explicar por qué se están tomando decisiones, y disipar las preocupaciones mientras que se transita por la incertidumbre. La organización necesita ver una sólida toma de decisiones basada en información de calidad, disertación profunda y pensamiento innovador. Debe haber comunicación efectiva y regular de los cambios propuestos, incluida la participación cooperativa de los líderes tácticos (trabajo en equipo). Estos cumplen el rol esencial de alentar el cambio cuando está ocurriendo, promocionarlo entre el personal y contener las resistencias.