El status quo no es el camino
Desde hace algunos años, antes de la realidad compleja e incierta causada por la pandemia global de la covid-19, creía que era muy importante que -como líder de la educación- pensara en la necesidad de una transformación del sector. Llegó la devastadora situación de salud mundial y esto corroboró aún más mis sentimientos y pensamientos.
El impacto significativo que vivió la actividad educativa en todos los niveles y actores de esta, especialmente para los estudiantes y sus aprendizajes, pero también para los profesores y la gestión de sus servicios, a través de las instituciones, ha sido mayúsculo.
Estos años de post pandemia, nos han mostrado que la tentación de volver a la “normalidad”, por inercia, es algo a lo que debemos resistirnos. Todo cambió: el mundo, las instituciones, los campus, y cada uno de nosotros (estudiantes, profesores, gestores administrativos) ha sentido y vivido las distintas transformaciones de estos últimos cuatro años. Se dice mucho de la urgencia de darle toda la atención posible a la salud mental porque, sin duda alguna, necesitamos certezas en medio de un mundo que no fácilmente nos la muestra.
Seguimos avanzando en la senda de la educación superior, y en el camino experimentamos los desafíos que nos dejó la realidad vivida, sumada a tantos otros retos que pasan por las consecuencias de unas crisis de todo tipo y que agudizan mucho más las situaciones de inequidad e injusticias sociales.
Los desafíos globales y locales nos invitan a que como líderes educadores actuemos convencidos de nuestra razón de ser para alcanzar o lograr en el mediano plazo un nuevo paradigma de vida más humano, una nueva conciencia de ser, un desarrollo donde la clave sea la felicidad de todos nosotros en medio de esas fuerzas digitales que se manifiestan en nuestra vida diaria de una forma ineludible.
En consecuencia, es necesario y fundamental que no dilatemos más la necesidad de la transformación. El status quo no nos salvará. Los únicos beneficiarios del status quo son aquellos pocos, cuyos intereses personales se ven satisfechos, dejando a la mayoría de la gente anhelando un progreso real.
La ola de incertidumbre que hoy vive el sector educativo superior por parte de estudiantes, familia, empleadores y sociedad civil en general es algo que debemos hacerle frente de manera urgente. Se requiere tomar conciencia de que hay fuerzas que presionan significativamente el valor de la educación superior y las instituciones que la gestionan. Todos los que estamos en la tarea y servicio educativo anhelamos un contrato social distinto al actual, un contrato donde todos aporten desde los distintos puntos del “poliedro” y no sólo desde una mirada única, parecida a la de las “cruzadas” que aparecieron en el siglo XI.
Las reformas en las que se fundamenta el cambio se concretan con el aporte de todos; ninguno puede quedarse por fuera de la transformación total del sistema educativo superior y de todo el ecosistema de este. Ninguno que se precie ser líder educativo, sea del sector gubernamental o del sistema mixto de educación superior, podrá tener una mentalidad pequeña que no le deje ver un futuro o visión más grande de lo que hasta ahora hemos podido observar.
La pérdida de aprendizaje, la brecha de oportunidades, la polarización y la justicia ambiental y sostenible tienen en común prácticas, políticas obsoletas y fallas profundas de la educación superior que deberán ser cambiadas. Involucrémonos todos en la búsqueda de soluciones para que nadie falte en la mesa del diálogo empático y compasivo y así, pueda surgir el cambio real.