En estos últimos años, después de vivir con incertidumbre, impactos diversos y temores complejos, las consecuencias de la pandemia, hemos asumido con mayor consciencia y decisión la toma de medidas para proteger la vida y el futuro de nuestra humanidad. Una realidad que permite visibilizar con mayor claridad la necesidad de escuchar a la ciencia y actuar conforme al principio de precaución o de análisis de riesgos para prevenir, o lo que llamamos la no materialización de los riesgos. Este es el enfoque de actuación y para ello es importante seguir profundizando en el conocimiento que se genera, gestiona y transfiere desde el compromiso de las Instituciones de Educación Superior.
La ciencia debe ser escuchada con confianza por todos los actores sociales. Una de las realidades que amerita una escucha activa para actuar es el cambio climático. Para ninguno de nosotros es ajeno el tema cuando experimentamos todos los días las consecuencias e impactos que se traducen en sufrimientos y tragedias de muchas gentes, especialmente de aquellos que están en condiciones de mayor vulnerabilidad. Los diferentes organismos nacionales e internacionales, los gobiernos de turno y la sociedad en general están llamados a actuar de modo urgente ya que el tiempo se agota, y probablemente los informes recientes o las conclusiones de estudios, sean las últimas anotaciones para lograr limitar el aumento de la temperatura global en 1,5 grados centígrados.
No podemos olvidar que si superamos esta barrera estaremos multiplicando las catastróficas consecuencias del calentamiento global y esto afectaría a un porcentaje significativo de la población mundial que está en situación de riesgo por su condición de pobreza. Para nada se trata de una mirada o análisis “apocalíptico”, por el contrario, es una mirada real de las cosas porque las evidencias vividas en estos últimos meses en diversas partes de la geografía mundial así nos lo dejan ver. Por ejemplo, los episodios de calor extremos vividos en Europa, o las lluvias torrenciales en gran parte del territorio colombiano, o en Estados Unidos, también en la India y otras graves alteraciones meteorológicas que suponen la amenaza de daños irreparables en miles de ecosistemas y poblaciones.
Las apuestas o desafíos por alcanzar la neutralidad climática deben ser un compromiso de todos como ya lo dijimos anteriormente, pero de manera especial debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que la dimensión educativa de las personas ayude a esta acción contundente de beneficio común. La toma de consciencia de todas las naciones, pero particularmente de los países industrializados ayudará a que se reduzcan las emisiones globales y neutralizar en cierta medida calentamiento, evitando pérdidas humanas y de ecosistemas. La respuesta debe ser colectiva, colaborativa, en palabras del Papa Francisco “armónica”. No se trata de que todos piensen o hagan lo mismo, porque las diferencias son reales y en el “poliedro de la vida” todas las caras son importantes. La conversión ecológica a la que tanto se nos ha llamado en estos últimos años no puede quedar en retórica excéntrica, por el contrario se trata de actuar urgente en dimensión personal y también social a través de leyes, tratados, como el Acuerdo de Escazú que acaba nuestra Nación de aprobar - como el primer tratado sobre medio ambiente y derechos humanos encaminado a que se logre el acceso a la información, la participación ciudadana.