Analistas 08/10/2022

Retorno a la inversión educativa

P. Harold Castilla Devoz
Rector General de Uniminuto

Las personas, en el idioma del hombre económico, se llaman capital humano; y que este capital sepa leer, escribir, sumar, e incluso tenga una titulación superior que le haya enseñado a hacer cosas complejas resulta imprescindible para mejorar la competitividad de la economía y rentable para las arcas públicas. Si invertir en educación puede ser costoso, no hacerlo sale mucho más caro, también económicamente hablando. Y no es una frase vacía, porque el hombre económico que habla de capital humano también se pone a echar cuentas y descubre, por ejemplo, que no sólo individualmente es rentable seguir estudiando (cuanta más formación, más ingreso financiero o salario, y menos paro) sino que, para el conjunto de un país, también lo es.

Actualmente, los estudiantes y sus familias son más sensibles al y conscientes del— retorno de la inversión (ROI) en educación a través de la oferta académica ¿Nuestras instituciones (presidentes, consejos superiores, decanos, profesorado, etc.) son lo suficientemente conscientes de esa nueva realidad para responder eficazmente a esas expectativas? ¿Cómo deben nuestras instituciones encontrar el equilibrio adecuado entre el crecimiento particular y general que se produce a través de la educación superior en todos los programas y las expectativas financieras concretas de los estudiantes y sus familias, que varían claramente entre los programas?

Algunas estadísticas evidencian una realidad que día a día cobra mayor importancia en la vida de las familias y estudiantes de nuestro país. En Colombia es rentable realizar una carrera profesional, ya que, si se ingresa al mercado laboral contando con un título de educación superior, se tendrá una rentabilidad media de 11,2% para hombres y 9,1% para mujeres (Gil-león et al., 2020, p. 249). La diferencia entre los ingresos promedio de una persona con o sin título universitario es muy amplia. El retorno es de 104 por ciento en la región, aunque varía mucho entre países. Colombia tiene los retornos más altos, con cerca del 180%. Es fundamental que los estudiantes conozcan el retorno promedio, la variación en los retornos, por distintas índoles, y los retornos en las diferentes carreras. Existen carreras que tienen retornos muy bajos, y otras, en determinadas Instituciones de Educación Superior (IES) que tienen retornos aún menores (Ferreyra, 2018).

Teniendo en cuenta que los ahorros son recursos económicos valiosos que ninguna persona desea poner en riesgo, debe existir la convicción de que la educación superior transforma vidas y que estudiar es una inversión con retorno infinito de beneficios, más allá de los financieros. Un egresado que recibe en promedio un salario mensual de $2 millones, y que invirtió en educación superior una suma aproximada de $96 millones, recuperará su inversión en aproximadamente 4,5 años, suponiendo que el enganche laboral sea a partir del segundo año como profesional. La educación superior genera, aproximadamente, un retorno sobre la inversión del 27% anual, en un escenario de proyección de diez años. Después de cuatro años trabajando, todos los ingresos que el profesional reciba serán beneficios económicos que le permitirán constituir su patrimonio y mejorar su calidad de vida y la de su familia o entorno. Es así, como el retorno de la inversión en educación superior se logra en un plazo inferior a cinco años, como lo informa la Revista Semana (2022) en el artículo titulado ¿Cuántos años se debe trabajar para recuperar lo invertido en educación superior?

En este contexto, considero que el poder de la educación radica especialmente en las múltiples posibilidades que brinda con respecto a la movilidad económica y social, y en otros aspectos de la integralidad humana; por ello, necesitamos diseñar sistemas de supervisión que premien a las instituciones con alto valor agregado, es decir, a aquellas que reciben estudiantes con poca preparación académica pero que agregan mucho valor en términos de conocimiento o de resultados laborales (Ferreyra, 2018).

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