Mucho se habla del potencial que tiene Colombia por su gran diversidad en recursos, su privilegiada ubicación geográfica y el enorme talento de su gente, pero ¿por qué no hemos aprovechado realmente todo esto?
Entre muchas razones, porque no hemos apostado aún por el cambio correcto.
El cambio más ambicioso en que nos hemos encaminado los colombianos, tal vez desde la “apertura económica” de 1990, ha sido el mejoramiento significativo de la seguridad alrededor de las principales ciudades del país. Recordemos que entre los años 1998 a 2003, no se podía salir siquiera a 30 minutos de Medellín, Bogotá o Cali, porque podía resultar víctima de las “pescas milagrosas” ejecutadas por grupos terroristas. Incluso, para esa época ocurrían tomas guerrilleras en ciudades capitales como fue la de Mitú (Vaupés). Esa nueva sensación de seguridad, sumada a un programa de restablecimiento del orden público, la presencia y acompañamiento del Estado en casi todo el territorio nacional, llevaron a un mejoramiento de la confianza en la inversión, que contribuyó a su vez a un mejor clima para la inversión nacional y extranjera en Colombia.
No obstante, esta inercia positiva que traíamos ya parece haber perdido fuerza y nos hace sentir que nos estamos estancado. En muchos rankings que miden distintos aspectos del progreso y desarrollo de los países, Colombia viene rezongándose en la mitad de tabla, en posiciones mediocres, o incluso perdiendo lugares, como ocurrió en el recientemente publicado Índice de Libertad Económica de la fundación Heritage, en la cual Colombia descendió del puesto 49 al 60 en la tabla.
No todos los cambios que se implementan en las sociedades resultan tener resultados positivos. Hay cambios también muy negativos. Un caso muy particular se dio en la península de Corea, luego de la II Guerra Mundial, cuando su territorio fue dividido en dos Estados diferentes (Corea del Sur y Corea del Norte). Cada uno sufriría un cambio bastante distinto al otro, a pesar de tener la misma raza, idioma y cultura. Hoy, luego de más de 70 años, es evidente cuál fue el cambio positivo y cuál el negativo.
Países que hoy consideramos exitosos como Irlanda, Estonia o Nueva Zelanda, realizaron los cambios correctos, y como sociedad decidieron avanzar por el camino del éxito, permitiéndole a su población disfrutar hoy de una realidad bastante distinta a la que tenían hace tan sólo 40 años.
Apostaron por la libertad económica para que hubiera más empresas, más competencia, menos impuestos, mejor educación, más tecnología, más y mejores productos y servicios, más riqueza, menos burocracia, más productividad, pero sobre todo, más empleo y oportunidades para todos.
¡Colombia también puede lograrlo!
Debemos dejar de hacer lo que los países ricos hacen ahora que son ricos y comenzar a implementar lo que hicieron para llegar a ser ricos.
Hoy soplan vientos de cambio en Colombia, pero también rondan los que venden con otra fachada, los cambios que llevaron a otros países al hambre y la miseria.
Necesitamos un cambio que nos lleve por el camino del éxito, no uno que nos haga retroceder o permanecer estancados. Los colombianos tenemos mucho potencial y es en libertad que podemos sacar mejor el provecho de todo eso que nos hace diferentes.
Colombia necesita un cambio, necesita una verdadera apuesta por la libertad económica.