De la exclusión a la inclusión de género
Las desigualdades que enfrentamos las mujeres en los distintos aspectos de la vida, en particular las relacionadas con el ámbito económico y financiero, afectan nuestro entorno, bienestar y generación de capacidades. A pesar del impacto diferencial que en el manejo de recursos tienen nuestros hábitos más responsables de gasto (mucho más asociados a salud y educación, por ejemplo) y pago de obligaciones seguimos enfrentando mayores barreras para el acceso a financiamiento que los hombres.
Para junio de 2023, el 89,8% de las mujeres contaba con al menos un producto financiero, en contraste con el 96,6% de los hombres, marcando una brecha cercana a 7 puntos porcentuales (pp.). En cuanto a financiación, el monto promedio desembolsado a las mujeres, en las distintas modalidades de crédito, es cerca de un millón de pesos menor que el de los hombres y las tasas de interés son alrededor de 1 pp. más altas para las mujeres, a pesar de que tengamos mejores indicadores de riesgo que los hombres.
Se hace urgente comprender las causas detrás de las disparidades en el acceso y las condiciones de financiamiento de las mujeres. Es por eso que Banca de las Oportunidades y la CAF publicaron el Estudio Experimental de Género, para entender desde un enfoque experimental y conductual la existencia de sesgos en el acceso a financiamiento en Colombia, que evidencia que: Primero, las mujeres tenemos una menor autoconfianza en nosotras mismas y en nuestras habilidades. Dudamos más que los hombres de que nos pueden aprobar un crédito y de nuestra capacidad para cumplir con los compromisos que asumimos.
También la solicitud de crédito genera más estrés, nerviosismo y percepción negativa a las mujeres, situación relacionada con la creencia de que el acceso al crédito es más complicado para nosotras.
Segundo, las mujeres relacionamos con más frecuencia que los hombres los rechazos en las solicitudes de crédito con requisitos asociados al mercado laboral, como certificaciones de ingresos, antigüedad o tipo de contrato. Tercero, se evidenciaron sesgos de los asesores al asociar a las mujeres con ingresos bajos y scores alto y a los hombres con ingresos altos y score bajo, reflejando también las dificultades del mercado laboral. Esto lleva a que, en perfiles comparables, los asesores otorguen una mayor
probabilidad de aprobación a las mujeres, pero menor monto.
Cuarto, presentar y enfocarse en los beneficios de las instituciones financieras incrementan la probabilidad de solicitar crédito formal más que en las limitaciones del préstamo informal, como el gota a gota. Quinto, la sobrecarga de información no comparable y los sesgos pueden abrumar a las mujeres en su decisión, llevándolas a elegir lo que les parece más familiar o accesible, no necesariamente lo más racional.
Para superar estas disparidades la agenda público-privada debe enfocarse en cuatro áreas. Primero, integrar en la educación financiera el desarrollo de habilidades blandas, fomentando así el empoderamiento femenino y apalancando su espíritu emprendedor al facilitar conexiones, el acceso a redes y mercados diversos. Segundo, promover modelos de scoring crediticio y casos de uso con perspectiva de género apalancados en las finanzas abiertas y un mayor uso de pagos digitales, impulsando la adopción de tecnología y finanzas embebidas para acercar la cotidianidad comercial de las mujeres al sistema financiero.
Tercero, promover la gestión del cambio en la industria para reducir sesgos de género, cultivar la diversidad organizacional y aumentar la transparencia de la información financiera. Por último, robustecer la agenda de investigación en género para idear soluciones financieras que conecten con las realidades sociales y económicas de mujeres y grupos con diversas identidades de género.