Analistas 15/02/2014

En Argentina, las leyes aún aplican

En un artículo publicado en Slate a principios de este mes titulado “Argentina Did the Right Thing in 2002, the Wrong Thing Last Year”, el comentarista Matthew Yglesias dijo lo que había que decir sobre los problemas económicos de Argentina: no hay ninguna contradicción entre sostener que Argentina tuvo razón en seguir las políticas heterodoxas en 2002, pero que se equivoca en rechazar los consejos de frenar los déficits y controlar la inflación ahora.

Sé que a algunas personas esto les parece difícil de entender, pero los efectos de las políticas económicas, y las políticas apropiadas a seguir, dependen de las circunstancias. ¡Agregaría que sabemos cuáles son esas circunstancias! Políticas como registrar déficits e imprimir mucho dinero son inflacionarias, y son malas en economías constreñidas por oferta limitada; son útiles y buenas cuando el problema es de demanda persistentemente inadecuada. Similarmente, los beneficios por desempleo probablemente llevan a menor empleo en una economía con limitaciones de oferta; aumentan el empleo en una economía con limitaciones de demanda, y así por el estilo.

Y solo por repetir un punto que he dejado en claro muchas veces, los que entendemos el modelo IS-LM (explicado a profundidad aquí: nyti.ms/1aRws09) pronosticamos con antelación que las acciones de la Reserva Federal bajo Ben Bernanke no serían inflacionarias, mientras que el otro lado del debate gritaba “devaluación”.

Hay otra cosa que se puede decir sobre Argentina y, al parecer, sobre Turquía; principalmente, que estamos viendo un mini resurgimiento de lo que los economistas Rudi Dornbusch y Sebastian Edwards llamaron hace tiempo “populismo macroeconómico”.

Esto conlleva, podría decirse, el error simétrico al cometido por la gente que piensa que registrar déficits e imprimir dinero siempre convierte a un país en Zimbabue; es la creencia de que las leyes ortodoxas nunca aplican. Es un error igualmente grave. No es un error común en estos días; hace algunos años se podría haber dicho que solo Venezuela lo estaba cometiendo, e incluso ahora solo son un puñado de países.

Pero es un error, y tenemos que decirlo.

Ganadores y perdedores
En una publicación reciente en su blog, el economista John Quiggin escribió sobre un libro nuevo que pretende explicar las grandes ideas en la macroeconomía, pero que no contiene nada de, bueno, nada de macroeconomía.

Su meditación envuelve una útil interpretación de lo que le pasó a la profesión en las décadas que precedieron a la crisis de 2008, y un análisis muy interesante del estado actual de las cosas (DSGE significa “equilibrio general dinámico estocástico”, por su sigla en inglés; básicamente, la forma particular de modelaje que más o menos es lo único que se puede publicar en las revistas en estos días).

“En términos generales, en lo que respecta a la macroeconomía académica el DSGE ha ganado”, escribió el Sr. Quiggin, “no tanto por la fuerza de los argumentos sino por mantener el control de criterios para publicación de artículos en revistas del campo: está bien asumir pleno empleo e ignorar la inflación, pero no omitir rigurosos fundamentos de micro para un modelo. Por otro lado, con el colapso del caso intelectual a favor de la austeridad (aunque no su dominio político), los términos del debate público están fijados casi completamente por nuevos viejos keynesianos como Krugman y DeLong (eso es cierto, incluso si alguien no cree como yo que el resultado del debate ha sido una victoria por nocaut para el lado keynesiano)”.

Es una situación bastante rara, e implica, pienso, que alguien va a terminar en el cesto de basura de la historia. Me pregunto quién.