El economista Mark Thoma escribió recientemente una excelente columna para el Fiscal Times donde vincula la lucha por el techo de endeudamiento con el tema más amplio de la desigualdad extrema. Me gustaría sugerir que la realidad es aun peor de lo que sugiere el Sr. Thoma.
Así es como lo puso: “La creciente desigualdad y exposición diferencial al riesgo económico ha causado que un grupo se vea como los ‘hacedores’ de la sociedad que mantienen al resto y que pagan la mayoría de las cuentas y al otro grupo como los ‘tomadores’ que reciben todos los beneficios. El estrato superior se pregunta ‘¿Por qué deberíamos pagar el seguro social cuando recibimos poco o nada de los beneficios?’, y esto lleva a un ataque contra estos programas”.
Así que relaciona la lucha por el techo de endeudamiento con la influencia de los ricos, quienes quieren desmantelar el Estado benefactor porque no les significa nada, y porque quieren menos impuestos.
Se podría agregar que la propia desigualdad que separa a los ricos de las preocupaciones ordinarias les da mayor poder, y por lo tanto hace que sus visiones anti Estado benefactor sean más influyentes.
Entonces, ¿cómo es que las cosas son aún peores de lo que dice el Sr. Thoma? Porque muchos de los ricos se muestran selectivos en su oposición a que el gobierno ayude a los desafortunados. Se oponen a cosas como los vales alimenticios y los beneficios por desempleo; ¿pero rescatar a Wall Street? ¡Yea!
En serio. Charlie Munger, vicepresidente de Berkshire Hathaway, dijo en 2010 que deberíamos “agradecer a Dios” por los rescates bancarios, pero que la gente ordinaria que había caído en momentos difíciles debería “aguantarse y arreglárselas”. Y el CEO de AIG (¡el CEO de una firma rescatada!) declaró recientemente a The Wall Street Journal que las quejas sobre los bonos para los ejecutivos en este tipo de firmas son tan malas como los linchamientos (no lo estoy inventando).
El punto es que los súper ricos no se han vuelto como John Galt; en realidad no ha sido así, incluso cuando así lo piensan. Se parece más a una pura guerra de clases, a una defensa al derecho de los privilegiados a mantener y extender sus privilegios.
No es Ayn Rand: es el Antiguo Régimen.
El cierre del gobierno: economía y política del caos
¿Cómo llegamos aquí? En forma interesante, Ezra Klein ofrece implícitamente en The Washington Post dos interpretaciones bastante diferentes.
Primero, describe muy bien que la cuestión de la política, tal como está, es igual a decir que: “Todo se centra en detener una leyque aumenta los impuestos a los ricos”, escribió recientemente el Sr. Klein, “y reduce los subsidios a las aseguradoras privadas del Medicare para ayudar a que estadounidenses de bajos ingresos compren seguro médico. Eso es todo. Por eso el Partido Republicano podría cerrar el gobierno y declarar el impago de la deuda”.
Efectivamente. En esta batalla definitivamente hay un aspecto de guerra de clases que enfrenta los intereses del 0,1% contra los de las familias de menor ingreso. Pero en este punto, el 0,1%, en general, está suplicando a los republicanos que lo dejen en paz. Por tanto, aunque la guerra de clases pudo haber estado presente cuando empezó, el monstruo ha escapado de su jaula desde hace mucho; hasta Karl Rove, más o menos el defensor designado de los privilegios de la clase alta, se está quejando de que el partido no lo escucha.
En otro artículo, el Sr. Klein alude a esto citando a Thomas Mann y a Norman Ornstein, autores de “It’s Even Worse Than It Looks”: “El Partido Republicano se ha convertido en una anomalía insurgente en la política estadounidense. Es ideológicamente extremo, desdeña el compromiso y rechaza la legitimidad de su oposición política”.
Es muy importante, pienso, comprender que aunque parece que el Partido Republicano ha sido tomado en rehén por su ala radical, la estrategia general de responder a una elección perdida intentando ganar con chantajes lo que el partido no pudo ganar en las urnas fue una decisión consensuada a la que se llegó desde enero.
Si el liderazgo ahora está consternado por el lugar donde se encuentra (dirigiendo un partido de “borregos con chalecos suicidas”, según Devin Nunes, un congresista republicano de California), la culpa es solo suya.
Y una parte crucial de la historia, pienso, es la burbuja conservadora, que entre otras cosas significa que muchos de la derecha han distorsionado ampliamente las ideas sobre la Ley de Atención Médica Accesible. Un número bastante bueno de políticos del Partido Republicano de hecho pudieran creer que se trata de un complot comunista, o del equivalente moderno a la esclavitud, o algo así.
Volviendo al tema de la guerra de clases: la teoría en la que estoy trabajando es que individuos adinerados se compraron un partido radical de derecha, creyendo (correctamente) que reduciría sus impuestos y eliminaría las regulaciones, pero no comprendieron que eventualmente la locura cobraría vida propia, y que el monstruo que crearon atacaría a sus creadores y a la gente sin importancia.
Y nadie sabe cómo termina.