Tal como lo dijo el Sr. Chait (su columna puede leerse aquí: nym.ag/1CLp9Ul), este tipo de evaluación política de acuerdo a estilo personal es poco fiable, en el mejor de los casos. Y el Sr. Ryan claramente también lo explota, haciendo ruidos moderados sin siquiera ceder un centímetro en sus políticas de línea dura de ala derecha. Recuerden, estamos hablando del tipo que pretendió ofrecer un presupuesto basado en responsabilidad fiscal, pero al analizar los asteriscos mágicos realmente consistía de reducciones fiscales para los ricos y severos recortes en los beneficios para los pobres, y que de haber entrado en efecto de hecho hubiera incrementado el déficit.
Agregaría que el Sr. Ryan no solo está explotando la preferencia del cuerpo mediático por lo “cercano y personal” por encima del análisis político; también está explotando la búsqueda eterna de un Conservador Serio y Honesto, una criatura que los centristas saben que debe existir en algún lugar (porque de lo contrario, su centrismo es un colosal error de juicio).
Pero no nos centremos todavía en el Sr. Ryan, ni siquiera en el conservadurismo (aunque los conservadores han sido los principales beneficiarios del síndrome de “cercano y personal”). El hecho es que los intentos por juzgar a los políticos por cómo se presentan han sido casi universalmente desastrosos durante todo el tiempo que he trabajado en The New York Times.
Los lectores más jóvenes quizás no recuerden los días cuando el Presidente George W. Bush era universalmente presentado en la prensa como un tipo rudo, honesto. Pero los que señalamos sus mentiras sobre impuestos y seguridad social y sugerimos que eran mejor guía que su apariencia respecto a su carácter, no llegamos a ningún lado sino hasta años después. El senador John McCain disfrutó durante muchos años de la reputación de inconformista con principios, porque así hablaba; creo que su descarada aceptación de todo giro y vuelco del ala derecha ha mellado esa reputación, pero sigue siendo la estrella de los programas de entrevistas del domingo a la mañana.
Y luego, por supuesto, estuvo el irrefutable caso a favor de invadir Irak en 2003, irrefutable porque el que lo presentó fue Colin Powell, entonces secretario de Estado, y solo un loco o un francés podría no ser persuadido. O quizás a alguien que preguntara cuál era la evidencia real que el Sr. Powell había presentado y notara que no había nada.
Mientras tanto, algunas personalidades púbicas enfrentan el tratamiento inverso, presentados como malos y enrevesados porque los reporteros han decidido que eso es lo que aparentan. Tomemos el caso de Hillary Clinton, cuyo duro trato de la prensa no tiene nada que ver con su género, de ninguna manera, de ninguna forma. O el caso de Mitt Romney, presentado como zalamero y antipático porque, bueno, porque de hecho es zalamero y antipático, pero la gente debería llegar a ese juicio con base en sus políticas, no en su imagen.
Volviendo al Sr. Ryan, lo realmente increíble respecto a la persistencia del culto a su personalidad es que la economía y la política presupuestaria es el área que escogió, y ha dejado un amplio rastro de papel.
Entonces, hay abundante evidencia respecto a lo que realmente cree y defiende, y todo dice que su meta primordial es redistribuir ingreso de los pobres al 1 por ciento.
Si alguien quiere afirmar lo contrario, que me muestre algo (cualquier cosa) en sus propuestas de política que no vaya en esa dirección.