Analistas 09/06/2015

Los valores de mercado pueden producir incentivos destructivos

El fenómeno de las tiendas vacías es fascinante, y pide a gritos la elaboración de un modelo, cosa que no haré en este momento. Pero es claro que forma parte de una historia más general de cuando mucho dinero se muda a vecindarios deseables y, de paso, destruye lo que los hace deseables. Y esto, a su vez, me ha puesto a pensar, un poco vagamente, en la relación entre la desigualdad y el urbanismo. No como diatriba _ pienso que es un tópico bastante complejo _, sino simplemente como un tema interesante, especialmente si alguien está en el proceso de mudarse a una ciudad grande.

Algunas ideas: primero, en lo que respecta a cosas que mejoran o empeoran la vida urbana, absolutamente no hay motivo alguno para confiar en la mano invisible del mercado. Las economías externas están por doquier en un ambiente urbano. Después de todo, las economías externas _ los beneficios percibidos de estar cerca de otra gente que participa de actividades que generan derrames positivos _ son la causa por la que, para empezar, existen las ciudades. Y eso, a su vez, significa que los valores de mercado pueden producir incentivos destructivos muy fácilmente.

Cuando, por ejemplo, la filial de un banco se apodera del espacio anteriormente ocupado por un negocio muy querido del vecindario, todo mundo podría estar maximizando rendimientos, aunque la desaparición de ese negocio podría llevar a una caída en el tráfico peatonal, contribuir al éxodo de algunas familias (y a su reemplazo por jóvenes banqueros que nunca están en casa) y así por el estilo, en formas que reduzcan el atractivo general de todo el vecindario.

Por otro lado, una afluencia de “yuppies” bien pagados puede ayudar a apoyar la infraestructura esencial de, digamos, cafeterías para “hipsters” (es imposible tener demasiadas cafeterías para “hipsters”), restaurantes de comida étnica y lavanderías, y ayudar a hacer que el vecindario sea mejor para todos.

¿Qué nos dice la historia? Políticamente, me gustaría decir que la desigualdad es mala para el urbanismo. Pero eso está lejos de ser obvio.

La autora y activista Jane Jacobs escribió “The Death and Life of Great American Cities” (La muerte y vida de las grandes ciudades estadounidenses) justo a la mitad de la gran expansión de la posguerra, una era de crecimiento económico ampliamente compartido, de una distribución del ingreso relativamente igualitaria, de una mano de obra empoderada; y del colapso de la vida urbana conforme las familias blancas huían de las ciudades y una combinación de construcción de autopistas y renovación urbana destruía muchos vecindarios.

Y cuando inició una resurrección urbana parcial, se puede decir que se asoció a fuerzas impulsadas por o relacionadas con una desigualdad creciente.

Personas adineradas en busca de un poco de ambiente relajado _ probablemente del 5 por ciento en lugar del 1 por ciento _ motivó el aburguesamiento y resurrección de núcleos urbanos; al menos en Nueva York, un número importante de inmigrantes esforzados pero de bajos sueldos impulsó la resurrección de vecindarios de distritos externos como Jackson Heights y Brighton Beach.

No obstante, ahora se puede decir que estamos viendo algo nuevo, conforme los realmente ricos _ malhechores nacionales con gran riqueza, pero también oligarcas, principitos y jeques _ compran bienes raíces de primera y las dejan vacantes, creando páramos de compras de lujo en el mejor de los casos (ya sé, sesgo esnobista de Upper West Side), y costosos distritos fantasma en el peor.

La nueva plaga de Nueva York

En un artículo publicado el mes pasado en The New Yorker, el profesor de derecho y activista Tim Wu detalló la proliferación de escaparates vacíos en West Village, en la Ciudad de Nueva York.

Pese a que el vecindario alberga una población adinerada _ con un ingreso per cápita de aproximadamente 110,000 dólares anuales _, un número creciente de escaparates del área yace ahora ocioso debido a que los drásticos incrementos en los alquileres de los últimos años ha forzado la salida de muchos negocios chicos. En su artículo, Wu sostuvo que aunque los escaparates vacíos típicamente son una señal de la caída en el valor de las propiedades, West Village y otros vecindarios híper adinerados están experimentando “una plaga de alquileres altos”.

“Los arrendadores están dispuestos a perder un inquilino y a dejar el escaparate vacío como forma de especulación”, escribió Wu. “Cambiarán una pérdida de corto plazo por la oportunidad de eventualmente tener un inquilino más rico, como la filial de un banco o una cadena minorista nacional, que podría pagar una renta de distinta magnitud. Si usted es un arrendador, ¿por qué seguiría alquilando a una cafetería o restaurante local por 5,000 o 10,000 dólares al mes cuando podría obtener 20,000 o incluso 40,000 dólares al mes del Chase?”, afirmó.

Wu también señaló que la transformación de West Village es especialmente irónica porque alguna vez fue elogiada como modelo de comunidad vibrante por la urbanista Jane Jacobs. Antes de la década de 1960, muchos planificadores urbanos favorecían a los vecindarios de baja densidad con una estricta separación entre el desarrollo residencial y comercial, lo que llevó al tipo de suburbios prevalecientes en gran parte de todo Estados Unidos. Sin embargo, la defensa de Jacobs de los vecindarios diversos y de uso mixto que fueran tanto densos como transitables peatonalmente marcó el comienzo de un mar de cambio en la planificación de las ciudades, y sus ideas siguen siendo altamente influyentes en la actualidad.

Para su artículo, Wu contactó a Jeremiah Moss, un conservacionista que maneja el conocido blog Vanishing New York. Moss señaló vía correo electrónico: “Hace poco caminé frente a la vieja casa de Jane Jacobs, sobre la calle Hudson Street … Actualmente es una inmobiliaria”.