Analistas 07/09/2021

A usted, ¿qué lo haría volver a creer?

Paula García García
Conductora Red+Noticias

Inquietos, muy inquietos deberían estar quienes se preparan para hacerse contar en los comicios venideros. La foto del momento, esa que deja la reciente encuesta Invamer, revela una Colombia que, como si fuera un péndulo, se mece entre el hastío y el resentimiento. Una Colombia que repele el orden establecido, confía cada vez menos en sus instituciones, y no creen en nada ni en nadie.

La situación es tan delicada que a la ola de desprestigio no escapa ninguna. Se rajan desde el Congreso hasta las cortes, pasando por los partidos políticos, la Fiscalía y todas las demás ′ías. Incluso, el Banco de la República sale mal librado en este baile. Como si fuera poco, la corrupción le quita el sueño a los colombianos a tal nivel que mínima resulta la preocupación que les genera el coronavirus. El desalentador panorama se explica solo, pero aun así, nos seguimos haciendo los locos. Pasan de agache asuntos de fondo que por cuenta del desinterés en enfrenarlos refrendan el circulo vicioso.

Del sondeo en mención, un tímido registro tuvo el diagnóstico sociopolítico. El ruido mediático se concentró en la imagen negativa de los actuales mandatarios y los futuros candidatos. ¡Claro!, el morbo de aplastar a unos y endiosar a otros terminó por ganar la partida. Es triste y, por qué no decirlo, irresponsable. La desconexión y el hartazgo que se vienen manifestando son serios. Son reales. Puede salir caro subestimar sus consecuencias. Hay que poner el tema sobre la mesa, debatirlo, darle el despliegue que se merece. A todos nos vendría bien hacer una pausa para preguntarnos: ¿Cómo se gobierna un nación que perdió la fe?, ¿cómo se reconstruye una sociedad arisca?

Los interrogantes merecen la pena. Ante el sentir colectivo, lejos están de ser suficientes los lugares comunes a los que, hasta ahora, nos invitan los precandidatos con sus discursos. ′Pensar el país desde las regiones, acabar con el Estado clientelar′, ′derrotar la pobreza y la desigualdad‵, son frases que suenan vacías y en escasa medida contribuyen a amainar la percepción de orfandad.

Esta tierra luce cansada, fatigada. ¡No es para menos! Son años de mirarse en un espejo que siempre refleja lo mismo: Impunidad, rezago y falta de compromiso. Llegamos a un punto de quiebre en el que el aguante, ese que tanto nos caracteriza, tocó el límite. La campaña que comienza exigirá mucho más que hablar duro o hablar bonito. El reto, entre otras cosas, estará en lograr que volvamos a creer.

Cuando se ha caído presa de la decepción, dicen por ahí, toma tiempo tender la mano de nuevo. Complejo es, dar otra oportunidad. Enfrentar semejante desafío no será fácil. Ni para ellos los políticos ni para nosotros el pueblo. Sin embargo, por el bien de la democracia, es urgente recuperar la confianza y tener presente en el radar de la cordura lo peligroso que sería dar un portazo a ese proceso. La falta de credibilidad lleva al irrespeto y el irrespeto arrastra al descontrol. Lo estamos viendo. Lo estamos viviendo.

La desazón del presente es el caldo de cultivo perfecto para los extremos. No hay que olvidar que fue así, por la ruta del desconcierto, que se incrustó el chavismo en Venezuela y el desenlace nefasto ya todos lo conocemos.

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