Colombia, ¿sexual tourism destination?
Turismo por petróleo. Esa es la apuesta del presidente Petro. Una idea sobre la que vuelve, cada tanto, en su afán por dar un giro a la dependencia económica de un sector que le resulta odioso y en su innegociable anhelo por acelerar la transición energética. Para algunos, utópica, la propuesta levanta aún más ampolla por cuenta de los $4.500 millones ‘invertidos o mal gastados’ en Davos. Sin embargo, en medio de la taquillera polémica, estamos dejando de lado una preocupante realidad: el tipo de turismo que hoy tenemos.
No es un secreto que Cartagena y Medellín se vienen consolidando como apetecidos destinos de placer sexual y excesos. Una rápida mirada en internet permite hallar artículos que ubican a Colombia en el tercer puesto entre los lugares más populares para dichos fines. Solo superada por Alemania y Países Bajos, le atribuyen a la belleza de las mujeres colombianas, famosa en el mundo, buena parte del ascenso de la que califican de próspera industria.
Mientras la realidad nos confronta, duele adentrarse en la magia de la ciudad amurallada y, sin remedio, toparse con escenas que se repiten en hoteles, bares y restaurantes: extranjeros acompañados de jóvenes locales o inmigrantes a quienes ‘cortejan’, a manos llenas, para que, un par de horas después, obedientes retribuyan los lujos de una noche con fino licor y se lleven a casa unos cuantos ‘billetes verdes’. Claro, a veces ni siquiera existe un preámbulo.
Igual sucede en la capital antioqueña. En medio de su contagiosa pujanza, resulta paradójico que el mercado de ‘damas de compañía’ haya hecho carrera y, las ‘gringo parties’, en las que se ofrece hasta un harén, se promocionen sin tapujos en la web. ¿Colombia, sinónimo de desenfreno y locura?, ¿así nos ven?, ¿ese es nuestro atractivo?, ¿ese es nuestro nicho?
La problemática, ligada a la pobreza y falta de oportunidades, hace rato nos cogió ventaja. Además, tras ella gravitan otros males que extienden sin reparos sus tentáculos. Redes de proxenetismo, pornografía infantil, feminicidios y consumo de drogas; eslabones de esa truculenta cadena.
¡Qué tenemos una pobre infraestructura vial!, ¡qué nos faltan conexiones aéreas!, ¡qué es incipiente nuestra capacidad hotelera!, ¡qué cómo se nos ocurre, con semejantes falencias, pensar en ser potencia turística! En esto se centra la discusión. Pero, ¿qué hacemos con la prostitución? Al margen de las implicaciones alrededor de la reputación internacional, que por supuesto nos debería importar, son nuestros niños, niñas y adolescentes los que están en riesgo. Es una generación la que se está perdiendo.
Un reporte de la Alcaldía de Medellín, a noviembre de 2022, daba cuenta de una escabrosa estadística: casi cada dos días se atendieron casos de menores víctima de explotación sexual en la ciudad y, la Organización de Naciones Unidas señala que, a nivel nacional, 62% de las víctimas de trata de personas corren la misma suerte.
¿Qué tal si empezamos por allí?, ¿por intervenir con educación y fuentes de ingreso tan desalmado flagelo? Su propuesta es válida, presidente. Tenemos que pensar en grande y dejar de creer que somos incapaces. No obstante, para exportar la marca país, primero hay que construir país. Hay que derrotar el ‘sexual tourism destination’.