Analistas

En el medio el medio ambiente

Paula García García

Avanza la COP16 en Cali y son varias las inquietudes en torno a un evento de gran nivel académico que transcurre a la par de disputas con marcados tintes políticos. En Bogotá, por ejemplo, la escasez de agua enfrenta al gobierno nacional con la administración distrital y el paro campesino y minero, aunque se resolvió de manera expedita, puso en el centro del debate la necesidad de conciliar preservación y productividad. Desafío que, parecería, nos está quedando grande.

La discusión, nada fácil, nos deja al descubierto. Abusivos, como suele pasar con aquello que damos por sentado, nos parece aburrido hablar de asuntos ambientales. Escuchamos que las cosas no marchan del todo bien y los racionamientos en algo nos han espabilado. Sin embargo, seguimos subestimando y lo que es todavía más delicado, incubando un nuevo foco de polarización.

Nadie puede negar que los inviernos arrasadores y las sequías extremas son manifestaciones cada vez más severas de una naturaleza que, con razón, perdió la nobleza. Nadie puede desconocer, tampoco, que cientos de comunidades derivan su sustento diario de actividades cuyas dinámicas, en sí mismas, resultan lesivas con los ecosistemas ni mucho menos ignorar los impactos de pretender acabar, de tajo, la exploración y explotación de hidrocarburos.

Pedidos válidos desde orillas diversas al unísono se preguntan si es posible lograr puntos de encuentro y gestar una suerte de reconciliación. Mientras tanto, el intercambio de saberes sobre biodiversidad pone de manifiesto la urgencia de mirar hacia los lados. De actuar, en serio, para detener la deforestación en la Amazonía, de abrirle paso a la bioeconomía y de repensar las prioridades. Una ambiciosa e inaplazable apuesta que implica, además de construir una cultura ambiental; derrotar las otras formas de violencia que también atentan contra la naturaleza. En nuestro caso, las de las guerrillas narcotraficantes que suplantando a la autoridad instrumentalizan poblaciones enteras.

El camino que urge recorrer es más complejo de lo que se cree. Las diversas y conflictivas realidades terminan por hacer trizas las voluntades. Crear conciencia y acercar a la gente a este tipo de problemáticas, aporta, claro. Pero, infortunadamente, las acciones concretas solo se materializan por la vía política. Instancia que hasta el momento deja enormes vacíos. Conversación sin acción, podría ser la conclusión.

Así estamos: profundas discusiones, preocupantes evasiones y en el medio el medio ambiente. Esperemos, de este nuevo intento por comprometer al mundo, quede algún avance. En parte porque la presión se posa justamente en la necesidad de trascender acuerdos que de vinculantes tienen muy poco y porque la opinión pública, crítica por derecho, comienza a cuestionarse e incomodarse con eventos que cuestan millones y al final producen mínimas soluciones.

Ahora bien, el reto mayor está en abanderar transformaciones y ofrecer alternativas ciertas sin satanizar. Aquí no se trata de buenos y malos sino de aterrizar acciones conjuntas y minimizar los daños de quienes, sin duda, en esta puja tendrán que perder. Al final de cuentas, se trata de evitar el desplome del ya maltrecho techo que a todos nos cobija. El único, por demás. Actuamos o nos fregamos.

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