Rogar para que el semáforo no esté en rojo, en los trancones, dejar un espacio suficiente para reaccionar si algo pasa, evitar sacar el celular, no portar nada ostentoso y abrazar el maletín a dos manos si se desplaza a pie o en Transmilenio. En eso pensamos los capitalinos cuando salimos a enfrentar el día a día en las calles.
Entre raponazos, robos a mano armada y atracos masivos, llegamos al punto en el que incluso hacer deporte al aire libre se volvió un peligro. Los ladrones, después de intimidar y golpear, se quedan hasta con los tenis. En Bogotá, es imposible caminar distraído. Como dirían las mamás, toca estar a veinte ojos. ¡Qué injusto vivir así!
La vía pública, ese bien común que debería servir para el disfrute colectivo y por cuyo bienestar pagamos impuestos, se convirtió en la peor enemiga de la integridad física de los ciudadanos.
Ahora, regresaron los ‵rompe vidrios′ y, ante el viejo fenómeno, sin siquiera sonrojarse, las autoridades distritales se decantan por emitir recomendaciones. Dentro de sus amables sugerencias invitan a estacionar siempre dentro de parqueaderos, no dejar elementos de valor en lugares visibles y revisar el estado de las alarmas de los vehículos. Bienvenidos los consejos, pero es inaceptable que la respuesta a una sociedad atemorizada y cercada por los bandidos sea esa.
La culpa no es de quien decide acortar camino tomando un puente peatonal oscuro, tampoco de quien se pone un reloj para ir a un restaurante o deja un paquete en el asiento del copiloto. La culpa no es de las víctimas.
Es un error normalizar ′no dar papaya‵ como método de protección a la criminalidad. Estar a salvo no debe depender de cuánto nos restringimos ni de qué tantas medidas de precaución personal nos inventamos. Es responsabilidad de las autoridades cuidarnos y defendernos. Es obligación de aquellos que están al mando garantizar a la población ambientes ordenados, limpios y sanos. ¿En qué momento nos resignamos y terminamos sometidos?
Frente al delito callejero, que hoy luce desbordado, se necesitan acciones coordinadas. Por sí solo, el aumento de pie de fuerza policial que pide a diario al alcaldesa no será suficiente.
Mientras no se invierta en inteligencia y sigamos sin desmantelar las mafias que controlan los rentables deshuesaderos detrás de los robos a bicicletas y celulares, el motor que alimenta el negocio continuará activo.
Igual de urgente resulta recuperar el espacio público para desarrollar entornos seguros. Comprobado está, de vieja data, el efecto dominó que traen consigo los ambientes descuidados. Una ventana rota que no se repara a tiempo se traduce en cientos de ventanas destruidas en el corto plazo. Indispensable es también, perfeccionar los procedimientos de legalización de capturas. Hay que apostarle al buen entrenamiento. ¡Basta ya de errores que en cuestión de horas permiten que los hampones queden libres! Y sí, con el mismo ahínco, se requiere devolver la confianza de los ciudadanos hacia la justicia. Mostrar resultados efectivos que comprueben que no se pierde el tiempo cuando se denuncia.
No más ceder terreno. Adiós al miedo. El terror que produce salir a las calles no puede sepultar nuestras libertades y mucho menos llevarnos a comprar el discurso que nos hace corresponsables.