Tengo la posibilidad de no usar transporte público y de evitar corredores desolados y oscuros para llegar a casa. Incluso, de asistir acompañada a lugares que me generan temor. Cuento con herramientas que me permiten exponerme un poco menos y, en algo, blindarme ante ciertos riesgos. Un escenario bastante favorecedor que lejos está de ser el común denominador de cientos de mujeres en ciudades tomadas, además de la delincuencia, por depredadores sexuales.
Hillary Castro, víctima de abuso en Bogotá o Paula Restrepo, quien a sus 18 años murió estrangulada, después de ser torturada y violada en el municipio de Andes, Antioquia, nos recuerdan lo complejo de enfrentar, siendo féminas, el día a día en las calles colombianas. Tan solo en la capital, las cifras que entrega la veeduría distrital son aterradoras: ocho de cada 10 mujeres han sufrido acoso sexual y siete de cada 10 temen que les suceda, sobre todo, en el sistema de transporte masivo. Esto, sin contar el inminente subregistro: nueve de cada 10 de las afectadas prefiere guardar silencio. Entre otras cosas; por lo enredado del acceso a la justicia.
Buses vandalizados y vías bloqueadas se encargaron de elevar a categoría de debate nacional una problemática que debería preocupar a las autoridades sin necesidad de presiones externas. Indignante resulta que nadie supiera que existían tremendas fallas en el protocolo para interponer una denuncia. Absurdo, que en el caso de Hillary, las redes sociales terminaran llenando el vacío que dejó la negligencia.
También es incoherente que nos inviten u obliguen, con alternativas costosas como el pico y placa solidario, los días sin carro y otras tantas ocurrencias, a movernos en Transmilenio, bicicleta o a pie, cuando las condiciones para salvaguardar la integridad de las personas y las garantías de celeridad en los procesos lucen tan ausentes.
Los discursos, aguantan utopías. Sin embargo, la vida real exige empatía con la ciudadanía que, a final de cuentas, es la que tiene que lidiar con aquello que mal funciona.
Impotencia, desasosiego, rabia. Amargas sensaciones experimenta nuestro género con cada episodio funesto que acapara primeras planas y titulares de prensa. Sabemos que siempre estaremos más expuestas a sufrir nefastas consecuencias de caer en las garras de mentes criminales y enfermas.
Llegó la hora de tomarse en serio el urbanismo feminista. De estudiarlo y aplicarlo. El interesante concepto surgió con el objetivo de interpretar los efectos que traen consigo los diseños de las urbes en las libertades, la movilidad y, en general, en la cotidianidad de la mujer en su rol de cuidadora. No obstante, aunque dicha función se mantiene, ha evolucionado y requiere desarrollos que vayan de la mano de esas nuevas circunstancias.
Basta una mínima dosis de sentido común para concluir que si un entorno es inseguro para niños y mujeres, significa que es inseguro para todos. No te expongas, porque no sabemos si podemos procurarte un contexto sano. Tampoco, si tenemos la capacidad de repararte ante nuestros fallos. Estos, parecerían ser los mensaje que la institucionalidad entrega. Los recientes hechos hablan por sí solos.
Para terminar, una confesión: aún con mis ya mencionadas posibilidades de autoprotegerme, cada vez que salgo, siento miedo.