Ni blanquita ni rica
miércoles, 15 de mayo de 2024
Paula García García
Empiezo mi jornada a las 5 de la mañana, a veces, incluso, estoy de pie a las 4 de la madrugada. A mi casa regreso casi 10 de la noche. Tengo un jefe exigente, un oficio estresante, del que resulta difícil desconectarse, pero aun así saco tiempo para estudiar porque creo en la educación como herramienta transformadora. Duermo poco, paso horas atascada en el tráfico y aprovecho las ofertas de los supermercados buscando que rinda el dinero.
En semana nunca veo a mi madre y los espacios para compartir con mi esposo son cada vez más escasos. Las obligaciones me absorben. Esa es mi vida. Seguramente, se parece a la suya. Seguramente, la suya en verdad es compleja. Sobre todo si tiene hijos que mantener o si brilla por su ausencia un empleo estable que permita pagar las cuentas.
Mientras el Presidente, obsesionado, insiste en reducir cualquier debate nacional a un asunto de clases e incita al desprecio desde el alcance que le da su cargo y un micrófono; a todos nos cuesta ganarnos la vida. Todos hacemos sacrificios. Mientras usted, su vecino y yo, nos la jugamos por esta tierra; Colombia se vuelve un campo de batalla. Lo grave es quien lo promueve.
¿El poder para esto? Hoy, ninguna conversación espontánea, de esas que surgen en cafeterías o pasillos, escapa al tema de la incertidumbre y el desgaste que con su narrativa de confrontación produce el actual gobierno. Obligados a renacer al primer alarido del despertador, inmersos en esta dinámica asfixiante, procuramos combatir el nefasto efecto dominó que arrastra la ausencia de optimismo. Seguir, la única opción.
Lejos de apellidos con abolengo no soy de elite ni pretendo serlo. Ahora bien, si lo fuera, ¿en dónde estaría el pecado? Tampoco soy una ‘blanquita rica’. Solo soy una trabajadora, clase media, que vive de unos honorarios que devenga con su fuerzo diario. Me declaro, eso sí, una ciudadana hastiada de la corrupción que se gesta a costillas de mis impuestos, agobiada por la pugnacidad enfermiza, inquieta por las constantes amenazas a la democracia y preocupada por el destino del sistema de salud y el futuro de mi pensión.
Intuyo, sin conocerlos, que ustedes están en lo mismo. Luchando por salir adelante. Intentando abrirse caminos. Sin un minuto libre, haciendo lo que mejor pueden por el bienestar de los suyos. ¿Por qué satanizar, entonces, a los que tienen una casa, acaban de comprar un carro, viven en Chapinero en Bogotá o en Medellín en El Poblado? Seguro, han batallado por ello, nadie se los ha regalado. Seguro, son mestizos como buena parte de los colombianos.
La igualdad no se construye con relatos de odio y nada tiene que ver la equidad con el color de piel. Es muy peligroso que esta retórica de opresores y oprimidos tome fuerza en una idiosincrasia violenta como la nuestra. Propiciar bandos, hablar de oligarquías, esclavistas y esclavos, desconoce, a todas luces, a las millones de personas que a diario, aun en la penumbra, abrimos los ojos para poner el pecho a las responsabilidades y aportamos al desarrollo del país.
El discurso que llevó al petrismo a ganar debe dejar de ser el discurso bajo el que pretende gobernar. Entre otras cosas porque se agotó, hace rato, como escudo ante tantos escándalos. En esta nación tenemos que caber los más de 50 millones que ya sumamos y que, dicho sea de paso, estamos esperando respuestas.