Se busca estadista
martes, 30 de septiembre de 2025
Paula García García
Un Presidente que provocó hasta la saciedad que le quitaran la visa, desconectado de las problemáticas internas ante las que se muestra poco empático. Un país en orfandad, coleccionado retrocesos y padeciendo sus efectos. Un mandatario que se atrinchera en su obsesión por convertirse en líder mundial y solo acepta los consejos que al oído dicta su particular ego. Una ciudadanía a merced de la criminalidad que subyace en el rentable negocio del narcotráfico al igual que en los años 90 cuando gobernaba Ernesto Samper, ¡vaya casualidad!, el otro Jefe de Estado que también se quedó sin visa.
Esta es la Colombia del momento. La del déjà vu, sí, pero a la vez, la que el próximo año tendrá que decidir en las urnas qué camino quiere tomar. “Hoy las democracias no mueren de golpe, sino que se erosionan gradualmente cuando aceptan atajos políticos como regla o admiten situaciones que erosionan el orden jurídico”. Con esta certera frase, el magistrado Jorge Ibáñez, presidente de la Corte Constitucional, durante su intervención en el Congreso Nacional de Comerciantes, ponía el dedo en la llaga. Y es que mucho de razón encierran sus palabras. En 2026 el país se juega algo más que un cuatrienio.
Resguardar la institucionalidad, esa que sin pataleos comulga con las reglas que rigen un Estado de derecho y ceñida a la normatividad impulsa transformaciones; versus la continuidad de una apuesta que hace su propia lectura de lo que significa el cambio y en evidente desdén por el orden establecido se las arregla con el fin de imponer, es, en palabras sencillas, el desafío del presente. Sin embargo, el populismo siempre será rentable y los políticos lo saben. Por eso, la visa, por cuya suspensión trabajó con ahínco este Gobierno, no puede convertirse en distractor. Eso sí, perturba −por decir lo menos−, escuchar los absurdos llamados de injerencia en soberanías externas.
Mientras la escalada violenta en los territorios se acentúa, clínicas y hospitales cierran servicios, los pacientes confirman la dificultad para acceder a medicamentos y el déficit fiscal enciende alertas, es fácil prever que el discurso del presidente migrará hacia la victimización y se aferrará, con mayor virulencia, a las causas internacionales. Propósitos que importan, claro, pero que generan desazón al saber que se acumulan 37 meses de desatención por lo que aqueja a los nuestros.
Cuando las vanidades personales se imponen los liderazgos se autodestruyen. Colombia necesita, con urgencia, un verdadero estadista y es menester hallarlo en la que sigue siendo una extensa lista de candidatos que a su ritmo intenta decantarse. No resiste esta patria otro periodo de perorata carente de un plan de acción. Entre otras cosas porque la compleja herencia requerirá de un avezado administrador capaz de coordinar, delegar e inspirar y con el talante para unir a una polarizada nación.
Las debacles no se consolidan por sorpresa. Al contrario, se alimentan de la complacencia o la indiferencia que en el peor de los casos se amangualan para abrir paso a la que se convierte en una indestructible fuerza. Llegó el momento de pensar en serio en el futuro que queremos y en cabeza de quién lo queremos. Aunque suene a frase de cajón, alarmista, incluso; las elecciones venideras serán decisivas. Hay que tomarlas en serio.