Cada vez con menos. Hacia esa narrativa, a pasos acelerados, se mueve hoy el mundo. Entre la carestía provocada por la inflación, el desabastecimiento consecuencia de la invasión a Ucrania, los altos costos de la energía y la necesidad urgente de preservar los cada vez más escasos recursos naturales, a todos, sin distingo de clase, nos va a tocar abrazar la austeridad.
Mientras París anuncia que apagará más temprano las luces de sus monumentos, incluida la mítica Torre Eiffel, y España restringe el uso del aire acondicionado; en Colombia, 23% de la población solo consume dos comidas al día. Un reflejo de la apretada situación económica que padecen muchas familias y que agrava el infinito listado de alimentos que, de ser básicos, pasaron a convertirse en lujo.
A la hora de hacer mercado, hay que pensarlo dos veces antes de comprar plátano, yuca, cebolla o arroz. Víveres que registran alzas que alcanzan 94%. Como si fuera poco, el popular ‘corrientazo’, que se conseguía a $10.000, es cosa del ayer y el índice del pollo asado revela que, por menos de $31.633, es casi imposible darse ese gusto.
Ahora bien, en época de revuelta y crisis, el dolor de cabeza no se queda en resolver qué comer. Tampoco ayuda la devaluación. Con una moneda semana tras semana perdiendo peso frente al dólar, el poder adquisitivo se reciente y los insumos y materias primas que vienen de afuera incrementan los costos de fabricación. Esos, que de manera indefectible se trasladan al comprador.
Desde la docena de huevos hasta una moto o un carro. Desde los detergentes hasta los computadores están, como decimos coloquialmente, por las nubes. La realidad sepulta, sin misericordia, el instinto aspiracional.
Pero, aún hay más. Ad portas de despedirnos de los paliativos, también perturba el precio de la gasolina que, desde ya nos avisan, podría llegar en 2023 a los $18.000 por galón. El aumento lo sentirá con rudeza el bolsillo y sumará a su desazón los traumatismos en el tráfico. Quienes en Bogotá nos movemos, sí que lo sabemos. Costosísimas resultan las tarifas para circular en pico y placa y terminar padeciendo trancones sin fin.
Así las cosas, vamos a tener que moderarnos, incluso, en los desplazamientos y comenzar a valorar, en serio, el intangible bien que es el tiempo. Combustible caro, trayectos eternos y el reloj en el desespero del atasco corriendo son una pésima ecuación.
Ni hablar de los impuestos venideros. Adiós hemos de decir a la capacidad de ahorro y a los proyectos a futuro que pretendíamos trascendieran los sueños. Además, con las tasas de interés subiendo, a los créditos será mejor dejarlos quietos.
En tanto nos preocupamos por nuestro entorno inmediato, los expertos advierten una posible recesión global. Al respecto, proyecta el Banco Mundial, de continuar el estrés en los mercados financieros, el año entrante podría darse una desaceleración de 0,5% en el crecimiento del producto interno bruto y una contracción de 0,4% en términos per cápita. Indicadores que cumplirían con la definición técnica para decretar tal condición. Menos pesimista, el Fondo Monetario Internacional, considera prematuro predecir una recesión generalizada. Sin embargo, el fantasma sigue activo.
Prioridades y conciencia será el mantra. Recursividad y sacrificios el camino. No obstante, inquieta el mandato de austeridad para aquellos que nada distinto han conocido.