La desigualdad global y la brecha entre los hemisferios Norte y Sur del mundo han crecido por primera vez en 25 años. El costo de vida supera los salarios en todo el mundo, con millones de trabajadores viendo cómo sus salarios compran menos cada mes y los empresarios hacen ingentes esfuerzos para mantener los negocios y los empleos a flote. Mientras tanto, los políticos parecen concentrarse en el espectáculo de sembrar miedo y desconfianza para mantenerse en el poder.
En solo tres años, la humanidad ha enfrentado una pandemia, tres guerras, desastres naturales y una violencia generada desde la ilegalidad sin precedentes. Cada crisis amplía la brecha entre los pocos millonarios del mundo y las muchas personas que viven en la pobreza. El capital de los cinco multimillonarios del mundo se ha más que duplicado desde el comienzo de esta década, mientras que el 60% de la humanidad se ha empobrecido; situación está que no se puede permitir que se convierta en la nueva normalidad.
Sin medidas de fondo por parte de los gobiernos y organismos globales para incentivar la prevención, mitigación y control de los impactos de las guerras, la violencia, la pobreza y las enfermedades, con programas multinacionales y multilaterales de incentivos a la innovación asociados a la equidad mundial, la seguridad alimentaria, médica, social y energética.
Los países de ingresos medios y bajos deben pagar casi medio billón de dólares al día en intereses, con el agravante que hay países que se niegan a hacer recortes severos en los presupuestos, controles drásticos en las ejecuciones y acciones contra la corrupción para cumplir con los empréstitos internacionales.
Ciertamente, el mundo necesita líderes preparados, decentes y confiables para tener países democráticos donde impere la justicia y la dignidad humana, con la capacidad de encontrar soluciones con los diferentes actores económicos para la prestación efectiva, eficiente, oportuna y competitiva de servicios sociales, como salud, educación, seguridad social, distribución de agua, energía, conectividad vial y digital, reconociendo tecnologías pertinentes a las comunidades y al territorio, así mismo las limitaciones y malas experiencias de las empresas de propiedad estatal como pésimas y costosas prestadoras de servicios.
Un Estado focalizado permitiría que el establecimiento se dedicara a la facilitación, regulación e incentivos de la competencia sana y control para prevenir los monopolios; potenciar el uso de los recursos naturales y ventajas competitivas para evitar importaciones y empobrecimiento del país y las personas; facilitar las participaciones nacionales en la gobernanza y composición accionaria en las empresas multinacionales que llegan a los países en desarrollo; obligar el cumplimiento de los estándares que aplican en los países más exigentes; proteger la industria nacional; combatir la ilegalidad; otorgar créditos de fomento a través de cooperativas, gremios e instituciones de educación superior a las empresa y personas para la promoción e incentivos al emprendimiento, la innovación, la investigación, el registro de patentes, la exportación y a las empresas que agreguen valor a la seguridad alimentaria, médica, energética y solución de problemas priorizados.
Lo que no debe ser delegable ni tercerizable en los Estados preocupados por el bienestar y el desarrollo son las acciones asociadas a la soberanía nacional, la administración de la justicia y la protección de los Derechos Humanos, de lo contrario seguirán siendo países inviables que cada día caen para atrás.