El éxito y sostenibilidad de cualquier empresa se debe, en gran parte, al sentido de pertenencia de todos sus colaboradores el cual se logra con el conocimiento, identidad de sus principios y sentimiento de que los éxitos de la corporación son también parte del desempeño de cada uno de sus empleados. En esa lógica son grandes los esfuerzos que las compañías dedican para generar cultura y liderazgos en todas las posiciones de la empresa.
De la misma forma, las naciones a través de sus procesos educativos y comunicaciones generan la identidad, el orgullo y el sentido de pertenencia de su cultura. Un buen ejemplo son las ceremonias de los días patrios en México, Francia, Estados Unidos, Rusia y en casi todos los países donde se exalta el orgullo y la condición de ser parte de un pueblo y una nación.
En el ámbito local y regional aún se espera y se viven con sentido de pertenecía y alegría las fiestas patronales, las fiestas de la cosecha en donde se exaltan los productos, los festivales musicales y culturales donde se rinde homenaje a las personalidades en vida y a sus legados; toda la sociedad gravitando alrededor del orgullo de pertenecer.
No así es lo qué sucede en las fiestas patrias nacionales donde no hay ningún esfuerzo de los líderes en las ramas del poder público por exaltar los valores, la cultura, la identidad y los productos emblemáticos que representan positivamente y unen a los colombianos. Lamentablemente se ha venido perdiendo y no se ve ni desde el Ejecutivo, con sus pomposos ministerios, ni desde los congresistas, que dicen representar las regiones y al pueblo, ni de la Rama Judicial que administra las leyes, que no la justicia.
Otrora las épocas donde en todas las ciudades y poblaciones las fuerzas militares hacían gala de la disciplina y la belleza en los desfiles; la cultura con conciertos, retretas, recitales en lugares públicos exaltando obras y compositores colombianos; así mismo gestas deportivas con carreras, encuentros deportivos y siempre acompañados con servicios religiosos que exaltaban la fe y los principios que congregaban al país.
Tal vez la educación primaria y secundaria -particularmente la pública- donde se fundan los valores y principios está desandando el sendero construido con tanta sabiduría por verdaderos maestros. Se dejaron de lado los principios, el amor a su país, el respeto por las dignidades, el orgullo de ser colombiano. Nos acostumbramos a ver propósitos individuales y no a un verdadero interés por las comunidades en donde trabajan y por el país y para ello necesitamos verdaderos líderes.
La invitación a tomar el liderazgo para retomar el sendero de la buena educación que va mas allá de los planteles educativos. Principalmente es la contribución de cada uno a través de lo que se enseña y valora en las familias, que son parte de la sabiduría y orgullo de los abuelos, que son las conversaciones de historias y leyendas alrededor de lo que es ser y pertenecer a una región y a una familia que seguro viene impregnada de zona cafetera, minera, marítima, petrolera, ganadera, papera, arrocera y que siempre aflora alrededor de una bandeja paisa, sancocho, ternera o alrededor de porros, bambucos, vallenatos o salsa.
Historias alrededor de los grandes escritores, pintores, sabios conocidos y desconocidos; sobre deportistas y artistas que han despertado amor y admiración por el país, de los actores y directores talla mundial. Toca apagar los celulares, comer en familia y nunca caer en el sentimiento de derrota y vergüenza de quienes no ayudan con sus actos y conversaciones a la construcción del país que le legaron sus padres y van a vivir sus hijos.