Ni tanto que queme al Santo, ni poco que no lo alumbre
domingo, 7 de julio de 2024
Ramiro Santa
Quienes piensan que todo el mundo tiene acceso a servicios de electricidad, agua, alcantarillado, recolección de basura y vías vehiculares quizás vivan en una ciudad. Pero si también están convencidos de que todos tienen acceso a la conectividad, a un computador o a un teléfono inteligente, deben vivir en un país desarrollado. Y si además creen que la gente sabe cómo tener un correo electrónico, hacer un pago de forma virtual, o confiar en los bancos y tener una cuenta corriente, deben vivir en otra galaxia.
En cuanto a la hiperdependencia de la virtualidad, se debe partir de la base que todas las personas necesitan del contacto humano, construyen relaciones de confianza con quienes conocen personalmente, con quienes en la vida real comparten, aprenden con el ejemplo viviente, real y tangible. Ellos son parte de la comunidad que los rodea, son parte de su familia con quienes viven en sus hogares y son sus vecinos. Al final del día, la cultura de la familia se construye alrededor de comer juntos, llorar juntos y reír juntos.
Pensar que el mundo quiere estar encerrado, gastar su tiempo sin salir, caminar, correr ni jugar al aire libre, recibir información sin adquirir educación, oír sin tener criterio, crecer sin compartir y sin referentes reales, hace una sociedad ignorante, manipulable, insegura e inviable.
Científicos, psiquiatras, maestros y padres coinciden en que los teléfonos celulares y las aplicaciones de redes sociales aumentan drásticamente la ansiedad, depresión y los pensamientos suicidas en los adolescentes.
Una investigación sobre tecnología, realizada por la ONG Common Sense, encontró que la mitad de los niños de Estados Unidos tienen celular a los 11 años, es decir, en quinto o sexto grado. En esa misma línea de preocupación, la Universidad de Nueva York y el Dr. Zach Rausch, en un estudio sobre la salud mental de niños y adolescentes, concluyó que la decisión aislada e individual de no tener un teléfono celular o redes sociales puede convertirse en un riesgo social para cada niño.
La evidencia demuestra que la única forma de ser exitosos en esta cruzada de prevención de todos los impactos negativos son los padres de familia, los planteles educativos y las instituciones de telefonía, para obligar a los gobiernos a hacer políticas públicas consecuentes con este problema que está acabando con la salud y vida de los niños y jóvenes. Ya se tiene conocimiento que en instituciones educativas, con el liderazgo de los padres y profesores cada vez más se están haciendo compromisos a través de documentos firmados en los que todos se comprometen a no dotar a sus hijos de teléfonos celulares hasta mediados de la secundaria.
Gracias al manual creado por Wait Until 8th (Espere hasta 8º), una organización que ayuda con la trazabilidad de los compromisos, y al libro Anxious Generation (Generación Ansiosa) de Jonathan Haidt, hay una nueva tendencia educativa en Estados Unidos que ha llevado a interesar al comité judicial del Senado y al Estado de Florida, para desarrollar legislaciones que prohíbe las cuentas en redes sociales a los menores de 14 años.
La otra realidad en Colombia es la de la ruralidad donde los niños aún tienen comunidad, familia y juegan al aire libre, pero el riesgo es el reclutamiento de niños y jóvenes a manos de las mafias delincuenciales. Lo único que abunda es la desidia del Estado y la ausencia de conectividad y de Derechos Humanos.
En cualquier caso, las soluciones deben venir de los padres, de líderes comunitarios, de políticos de las regiones con principios como ya ha sucedido exitosamente en Colombia con soluciones asociadas a la calidad de la educación y la alimentación. Como también ha sucedido en la ruralidad en el caso de la conectividad con las alianzas entre las Instituciones de Educación Superior, las empresas agropecuarias, minero energéticas, petroleras y fundaciones que tienen presencia y actividades en la Colombia olvidada, y que, con alcaldes probos, son los que están llevando la educación, el trabajo digno, la legalidad y la legitimidad.
Sigamos haciendo alianzas inspirados en el propósito superior de las empresas e instituciones que nos dedicamos a hacer el bien, en este caso a los niños y jóvenes.