Rociando el jardín mientras se incendia la casa
El cumplimiento del objetivo superior de cualquier institución exitosa sucede, si y solo si, se conoce el impacto de las decisiones, que a su vez es parte del resultado de un análisis riesgos bidireccional. Este proceso no siempre es seguido por los tomadores de decisiones por razones como la ignorancia, la arrogancia o las transacciones de poder que priman sobre cualquier análisis o sentido común.
La pandemia evidenció que unidos sí es posible dar saltos cuánticos para salvar a la especie y cuidarnos unos a otros, demostró también su capacidad de hacer el bien. Otro aparente resultado de esa calamidad sanitaria era que había ayudado a la humanidad a ordenar las prioridades éticas, pero la realidad es tozuda cuando quienes toman decisiones siguen haciendo, permitiendo o tomando parte en las guerras y la violencia que están acabando vidas, familias, sueños y tranquilidad.
En esa lógica pendenciera pareciera ser más importante “luchar contra” y tener la razón, que desarrollar, proponer y ejecutar soluciones. Lo vemos en las discusiones y acciones sobre si es mejor la energía generada con litio y minerales raros para las baterías, o si es mejor el gas, el petróleo, el carbón y las hidroeléctricas, - que de eso si tiene Suramérica- y que ha generado los recursos para inversiones, empleo, divisas, impuestos y conocimiento; como han sido ejemplo Brasil, Surinam, Colombia y aun siguen siendo la base de las economías de Argentina y Venezuela.
Dicho lo anterior hay que anotar que, en 2019, el premio Nobel de Química fue para tres científicos John Goodenough, de la Universidad británica de Oxford; Stanley Whittingham de ExxonMobil, una empresa petrolera estadounidense, y Yoshino Akira de Asahi Kasei, una empresa química japonesa, por el desarrollo de la batería de iones de litio que alimenta los vehículos eléctricos. Sin embargo, ninguno de estos países domina la producción de tales baterías, no obstante, China y otros muy pocos sí tienen todos los insumos, la tecnología y la producción.
El debate entre la política económica y el cambio climático ha llevado a algunos líderes globales a declarar crisis y crear marcos legales sin tener las alternativas para fomentar el crecimiento real para asegurar la vida digna de las personas; sin perder el objetivo superior de cualquier gobernante que es garantizar los derechos humanos, cuestión que solo es posible con seguridad energética, alimentaria, de salud y ambiente que dependen de los ingresos. Además, la incorporación de la seguridad nacional en esta ecuación complica aún más el escenario en un mundo que está resolviendo los conflictos con violencia.
Asustar a la gente con apocalipsis, desincentivar las industrias y cercenar el apetito por emprender e innovar es menos eficiente y más costoso que crear, recuperar y cuidar bosques, crear mercados verdes, incentivar economías circulares, investigar los ecosistemas selváticos, mares, fuentes de agua y los servicios ecosistémicos, pero a cambio solo se habla de prohibiciones y castigos.
Los políticos, en todo el mundo desarrollado, están de acuerdo en que la política industrial, es decir, los planes que buscan alterar la estructura de la economía mediante el impulso de sectores específicos, merece volver a ser considerada, pues no escasean los recursos naturales y no se ha superado la capacidad de carga poblacional. La solución es la adaptación sin perder los grandes beneficios que ha logrado la humanidad y, en el caso de los países que tienen riquezas en el subsuelo, deben seguir produciéndolas inteligentemente en bien del desarrollo, bienestar y protección de los sectores económico, social y ambiental.