El modelo de la educación nos ha enseñado que después de una información que pensamos es creíble y que de alguna manera cotejamos con los que piensan parecido a nosotros, la tomemos como la verdad absoluta. Si está relacionada con religión o política las enriquecemos, desde el sentimiento, más allá de lo imaginable con historias de conocidos, amigos o referidos que reafirman la creencia y nos dan la autoridad y el acervo suficiente para plantear y ganar cualquier discusión.
Ahí está el problema, nos han enseñado a plantear discusiones con el objetivo de ganar, negándonos así la oportunidad de hacer debates y conversaciones donde se identifiquen, más allá del sentimiento y de lo inmediato, problemas de fondo para tener, proponer o acordar alguna salida o propuesta donde, aunque no estemos del todo convencidos, se reconoce una posibilidad que, por lo general, nos lleva a comprender mejor, o con otros valores, la solución, las alternativas o el análisis de los que no comparten nuestra posición.
Para que lo anterior suceda, hay que desaprender primero que las discusiones de creencias y gustos son de la intimidad de las personas y que por lo tanto cualquier debate es inútil pues la probabilidad de no terminar traspasando los límites de la intimidad es poca; lo segundo es no hacer juicios de valor sobre personas en el entendido que las adjetivaciones son percepciones que aportan más bien poco al aprendizaje y cambia el plano de la discusión objetiva de lo fáctico a lo perceptual y anecdótico.
La fórmula entonces, es plantear las discusiones para resolver, proponer, dar a conocer otros puntos de vista y adquirir más información pero nunca plantear la discusión para ganar, que pre supondría la existencia de vencedores y vencidos; todos sabemos de familias, amistades y hasta relaciones comerciales y trabajo cercenadas por desencuentros en las discusiones donde la terquedad, sordera y arrogancia de parte y parte llegaron a lesionar creencias y sentimientos.
Tengo la fortuna de tener un grupo de conversación en el que abordamos temas desde las diferentes áreas de conocimiento con el educador Bernardo Toro Arango (físico, matemático y filósofo) y el empresario estadístico e investigador Carlos Lemoine (ingeniero civil). Aunque pensemos distinto, siempre buscamos focalizarnos en los puntos de consenso. En esta línea, hemos construido una hipótesis que se resume en que la ciencia debe preceder a la política, pero la ética debe preceder a la ciencia.
Nos encontramos enfrentando a una coyuntura de muchas aristas; la arista de la salud, con un claro enemigo que no se conoce, pero cada vez genera más dramas familiares por los enfermos y fallecidos; la arista de la economía donde la mayoría de los colombianos está tratando de sobrevivir, conseguir alimentos para la familia y dinero para pagar vivienda, servicios y educación; la arista del medio ambiente, con problemas de cambio climático que está echando a perder cosechas, afectando acueductos y acabando con la vegetación; y la arista de la política, donde los pocos que tienen el tiempo, los recursos y el poder están buscando culpables de lo que pasó hace 50, 30 y 10 años. Es en este momento que el país necesita hacer buenas discusiones para encontrar los tan anhelados consensos para construir un escenario generoso, incluyente y posible para todos.